jueves, octubre 23, 2003

sin título

David chico iba al centro, sostenía con ambas manos a la altura del pecho un girasol amarillo. Tenía los ojos hinchados y una expresión muy seria. Javier caminaba a su derecha, al interior de la calzada. Usaba un terno oscuro y lentes ahumados. Traía consigo un hermoso ramo de rosas blancas. Al exterior de la calzada los seguía David grande. Zapatos negros, un jean azul y camiseta blanca. Lleva un ramo de rosas rojas que torpemente sostiene hacia abajo, haciéndole perder muchos pétalos. David chico es muy lindo. Tiene graciosos ojos protegidos por sus largas pestañas y su rostro se ilumina con esa sonrisa contagiosa que heredó de su madre. Ya no tenía lágrimas porque había llorado demasiado. Por un lado, Javier le acaricia la cabeza tiernamente. Por el otro, David Grande lo mira con disimulo para evocar, a través de él, los bellos rasgos de su madre, aquellos robustos cachetes y esa extraña mirada que se pierde en el vacío. El cementerio es siempre silencioso, más aún a las seis de la tarde, cuando casi no hay gente. Sus pisadas se oyen nítidas en aquella tarde de otoño, triste y ploma. Durante el trayecto no habían cruzado palabra alguna Javier y David Grande. David Chico, sin embargo, había podido intercambiar palabras con ambos. Empero, no eran más que preguntas simples que los mayores le hacían y el pequeño respondía con monosílabos. Quieres un dulce? No. Quieres un helado? No. Estás bien Davicito? No. David Grande sólo le había hecho un comentario: No debemos llorar. Eso a ella no le hubiera gustado. Fue cuando el pequeñuelo pasó una mano por el rostro y se limpió las lágrimas con el firme propósito de no volver a llorar. Extendió su mano acercándola a David Grande, quien emocionado tomó aquella frágil extremidad que tenía toda la temperatura y el calor de su madre, la misma tersura de aquella piel que David Grande tantas veces había acariciado con devoción y amor. Tuvo ganas de llorar, pero pudo controlarse. No sólo porque no debía flaquear frente al pequeño sino porque sintió que ya no tenía más lágrimas. Apretó las manitos del niño y sintió como su corazón se aceleraba violentamente. Por acá es, dijo Javier, doblando hacia los pabellones de la derecha, que tenían nombre de santos con las letras finales del alfabeto. Cuando se acercaban a su destino, los tres inmediatamente y sin proponérselo pensaron en ella, cada uno a su manera.

- Tú eres mi hijito - dijo ella dándole un gran beso en sus mejillas regordetas. - Lo que más quiero en este mundo, el tesoro más grande que me ha dado Dios.

- Y tú eres la mamá más buena y más bonita del mundo - dijo el pequeño - Te quiero mucho mamita.

- Yo también te quiero Javier - dijo ella, besándolo con infinita ternura - Créeme, nunca ha pasado nada con ése muchacho. Tú eres el padre de mi hijo, el hombre con quien me voy a casar. ¿Cómo crees que podría hacer semejante cosa?

- Me lo ha contado gente que te ha visto - dijo Javier - Pero eso a mi no me importa. Ellos son unos envidiosos y yo los mando a la mierda. Yo te creo a ti, mi amor.

- Ya no te creo nada - dijo David Grande, llorando con gruesas lágrimas - He visto como mientes con descaro y he visto hasta dónde puedes llegar, y lo peor de todo es que lo descubro cuando más te quiero. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué eres así?

- Eso no debe saberlo nadie - dijo ella, mirándolo con una frialdad asombrosa - Me voy a llevar a la tumba mis secretos. Es verdad cuando te digo que es mejor así, podrán carcomerte las dudas pero no sabrás porqué, ni cómo, ni dónde.

Acá, dijo Javier. Los tres se detuvieron frente al nicho. Aún estaba fresco el cemento y las letras negras de aquel nombre resaltaban en aquel fondo blanco. David Chico comenzó a espantar algunas moscas que revoloteaban sobre el nicho aún fresco. Luego, con mucha delicadeza retiró las flores marchitas que estaban en el florero. Colocó en su lugar el girasol amarillo que había traído consigo. Lo acomodó al centro del florero metálico, dispuesto a lo largo de toda la parte baja del nicho. En el pabellón desierto, ya no estaban los señores que prestan auxilio alquilando sus escaleras para las tumbas que están en la cima del pabellón. Ella estaba a media altura y ellos no necesitaban ayuda. Pobrecitos los que están muy arriba, pensó, allá nadie puede tocarlos y está muy alto y la altura da miedo.

La altura de esos nichos le recordaron algo.

- Salta, tú puedes - dijo ella - ¡Vamos hijo!

- No puedo mami, está muy alto - dijo David Chico, observando aterrado la gran altura que había desde el último peldaño de la escalera, hasta el piso donde lo esperaba su madre - Tengo miedo.

- ¡Salta ahora! -ella lo grita con dureza, había dejado del lado la ternura y ahora le gritaba - ¡Salta, David, salta!

Y David Chico saltó. En el aire, sintió la angustia absoluta de enfrentarse a su temor más grande. Pero se sentía seguro porque abajo lo esperaba ella, que siempre lo protege y no dejará que nada le pase.

Javier se quitó los lentes y los guardó en el bolsillo de su camisa. Desató el nudo del ramo de rosas blancas y empezó a colocarlas en el largo florero al rededor del girasol que había colocado su hijo. Una a una, las iba acomodando con mucha delicadeza. David Chico advirtió que su padre no dejaba espacio para las flores que David Grande tenía entre sus manos. Quiso acercase para decirle, pero su tocayo lo detuvo por el hombro y con un gesto le indicó que no dijera nada. Javier no lo advirtió y siguió con su labor. Una de las rosas blancas era tan grande que tapaba la primera letra del nombre de ella, que estaba escrito con pintura negra sobre la blanca tapia. Terminó, se volvió lentamente y se acercó a su hijo. Se abrazaron y se quedaron así un buen rato. David Grande observó aquél abrazo y por un momento se sintió un intruso en medio de ese asalto de ternura entre padre e hijo. Retrocedió lentamente y se deshizo del ramo de rosas rojas. Lo arrojó a un cilindro enorme de metal oxidado donde terminan las flores marchitas que son cambiadas. Sintió un punzón agudo en el pecho. Quiso flaquear, pero luego se armó de valor. Vio una vez más el abrazo eterno entre padre e hijo y se abstrajo en la contemplación del pequeño, que tenía su mismo nombre. Aquel nombre que le abrió las puertas del amor.

- Tu nombre es muy especial ¿Sabes? - dijo ella, mirándolo a los ojos, poniéndolo nervioso - Ya te diré por qué, en alguna oportunidad.

- Ya lo sé - dijo David Grande, luchando contra sus temblores - Así se llama tu hijo ¿Verdad?

- ¿Cómo sabes que tienes un hijo? - dijo ella, sorprendida.

- Tienes cara de mamá. Y cuando oíste mi nombre volteaste a verme sorprendida. Sólo era cuestión de atar cabos.

- No sólo tu nombre me llamó la atención - dijo ella.

Luego de oír esto, él no se contuvo y con un movimiento torpe y agónico la abrazó. Ella no lo rechazó, pero tampoco le correspondió. Sólo se dejó abrazar.

Cuando el abrazo terminó, David Grande se acercó y se colocó a un paso de ellos. David Chico le preguntó dónde estaban las flores rojas y le dijo a Javier que no le había dejado espacio para que David Grande coloque las suyas. No es necesario, dijo, ya las voté, estaban malas y feas. Sólo iban a malograr tu girasol y las rosas blancas. Entonces se acercó al nicho y entre las flores blancas y el girasol amarillo colocó algo que tenía guardado celosamente en su puño derecho. Lo hizo rápido y con disimulo, como para que nadie lo viera. Pero no pudo con la curiosidad del pequeño. ¿Qué es eso? preguntó, acercándose para ver. Era un pequeño muñequito de Snoopy, el perrito narigón de Charly Brown. Cuando el niño vio lo que era, sonrió.

- Sólo ustedes dos lo saben - les dijo ella, a ambos, mientras miraba con envidia el gran muñeco de la vitrina - Mi personaje favorito es Snoopy.

Ellos la adoraban. Y más aún, cuando bromeaba como sólo ella sabía hacerlo. Sólo ella podía haberlos juntado y hacer que se rían los dos Davides y la pasen tan bonito los tres juntos en un domingo de paseo, luego de jugar fulbito y nadar en la piscina , comer Pachamanca y Lomo Saltado, todos de un mismo plato y derramando la gaseosa sobre la mesa sólo por joder y terminar paseando por el centro comercial hasta que ella se detuvo extasiada frente al gran peluche de Snoopy.

- Entonces ya sabemos que debemos regalarle en su cumpleaños ¿Verdad tocayo? - dijo David Grande, con una sonrisita cómplice que el niño devolvió.

Además de sonreír también le guiñó el ojo a David Grande. Cuando Javier le preguntó qué era lo que había puesto entre las rosas; no lo delató: nada papi, no ha puesto nada. Y en un descuido de su padre le volvió a cerrar un ojo a su tocayo grande. Era muy bonito el pequeñín y David Grande volvió a observarlo con detenimiento. Sintió entonces un ataque de amor hacia ese pequeño conjunto de huesitos frágiles que apenas pasaban el metro de altura. Javier se había incomodado cuando vio que David Grande se acercó al florero. Tuvo ganas de decirle algunas cosas, pero se contuvo. Después de todo tenía que cumplir con la promesa. Pero igual no entendía qué hacía él aquí, lo sentía un intruso en aquella extraña ceremonia, donde sólo deberían estar su marido y su hijo y no su llamado mejor amigo. No quiso pensar en eso y prefirió observar a su hijo, ese pequeño que ahora necesitaba más que nunca de su amor, ese pequeño que dentro de seis años tendrá la misma edad que él tuvo cuando supo que sería padre.


- ¡No puede ser, tú te cuidabas! - dijo él, sintiendo que a sus pies se abre un gran abismo - La cagaste, me cagaste la vida. Nos van a matar cuando se enteren.

- No podemos decirles - dijo ella - Van a sufrir mucho.

- ¿Entonces?

- Vamos a envenenarnos - dijo ella, luego de pensar un rato - A la muerte no le tengo miedo.


Cuando su hijo le hizo la pregunta sobre la muerte extraña de su madre Javier reaccionó y salió de sus pensamientos violentamente. David Grande quiso intervenir, pero guardó silencio. No era el indicado para explicarle al pequeño esa verdad tan desagradable. Sólo rogó para que Javier tuviera el tino para no hacer sufrir mucho al pequeño. Tal vez lo mejor sea no decirle, no era justo que aquella criatura sufriera más de lo que ya estaba sufriendo.

- No podemos mentirle. - dijo David Grande - Tenemos que decirle las cosas tal como son.

- Todavía no - dijo ella - Tal vez eso lo haga sufrir. No olvides que él todavía me quiere. Tiene que acostumbrarse a que ya no quiero nada con él .

- Pero lo estamos engañando y eso no es correcto.

- La mentira no es tan mala - dijo ella - A veces evita el dolor a personas que no lo merecen.

¿Quién te ha dicho eso?, preguntó Javier, fingiendo extrañeza ante su hijo para no delatarse. Eso no es cierto. Luego empezó a explicar que su madre recibió un llamado que Diosito le hizo para que lo acompañe en el cielo porque ella era tan buena y tan alegre que la necesitaba a su lado para que comparta su alegría con los angelitos y con todas las personas buenas que están en el cielo. Y que se encontrarían con ella después, cuando vayan también al cielo y podrán abrazarse y quererse mucho, como antes, como en los viejos tiempos. David Grande rogó que esa explicación no le trajera confusiones al niño. Una verdad tan lejana de la realidad para el niño. ¿Era justo? Privarlo para siempre de saber lo que realmente le pasó a su madre. David Grande sentía una terrible incomodidad frente a la mentira.

- Tú serás David Chico y él será David Grande - dijo ella, antes que su hijo se metiera a los juegos del laberinto que habían en el centro comercial - Como ambos tienen el mismo nombre, necesito diferenciarlos para no enredarme.

- Sí - dijo el pequeño sonriendo emocionado - Estás con dos Davides, uno grande y uno chico.

Ella sonrió y sus ojos volvieron a brillar. David la admiró en silencio, observando como ayudaba a su hijo a meterse por la puerta para que ingrese en el laberinto, donde luego David Chico jugaba trepando mallas, pasando entre risas por los parajes pequeños y confusos, apareciendo y desapareciendo de sus vistas. Y fue mientras David Chico se perdía de vista entre los recodos del laberinto, cuando ella besó por primera vez a David Grande.

- Nunca he besado a otra persona - dijo ella - Créeme, Javier.

- Te han visto en el Supermercado - dijo él casi desesperado - Estabas con Davicito y cuando él jugaba, tú te besabas con otro fulano.

- Es una calumnia! - dijo ella molesta - Yo estoy contigo y nadie más.

Estaban en la puerta del cine, la película había terminado y Javier había esperado que pase todo para decirle sus angustias. La había tomado entre sus brazos, la había mirado a los ojos y le había hecho la pregunta.

- Ya se lo dije, mi amor - dijo ella, colgándose del cuello de David Grande - Ya sabe que eres tú a quien quiero.

- Te amo, te amo. - dijo él emocionado y con los ojos acuosos - Ahora sólo eres mía y no te comparto con nadie.

Ella sintió como la abrazaban con una emoción increíble y como aquel cuerpo robusto parecía temblar en pequeños espasmos. Sintió la fragilidad de aquel corazón que se mostraba ante ella indefenso. La película iba a comenzar dentro de diez minutos y había tiempo para abrazarse y besarse mucho.

- Nunca podría terminar contigo, Javier - dijo ella - Eres demasiado importante, el padre de mi hijo, mi futuro esposo.

- Discúlpame, linda - dijo Javier - discúlpame por desconfiar.

No debemos desconfiar de ella, dijo de pronto David Chico rompiendo el silencio del campo santo, tampoco tratar de entender, sólo hacerlo. Recuerden lo que nos escribió a los tres y decía que a veces era mejor no saber todo para no lastimar a quienes no lo merecen. David Grande y Javier por primera vez parecieron estar de acuerdo. Con una mirada amistosa aceptaron el pedido del niño. Sólo él podía haberlos juntado y conseguir que los sentimientos distantes entre ellos, pasen a un segundo lugar. Luego sonrió y fue un acontecimiento porque no lo había hecho desde aquella fatídica tarde. ¿Estamos listos? , interrogó el pequeño. Ambos asintieron con una leve sonrisa. Entonces se acomodaron. Tomados de las manos, los tres formaron un círculo. David Grande sintió un remezón cuando tomó las manos ásperas de Javier. Era el primer contacto directo entre ambos.

- Sólo eres tú, mi amor. - dijo ella - No podría ser tan hipócrita. ¿Cómo crees?

Y empezaron a rezar tomados de la mano. Y antes de terminar los tres lloraban en silencio. Javier pensaba que después de todo era posible que entre ella y David hubiese ocurrido algo. Pero si pasó, fue algo sin mucha importancia. Él había sido el hombre de su vida. No entendía, sin embargo, por qué había pedido que también él participe del ritual que ella misma había pedido. David Grande por su parte, no se sentía muy cómodo con Javier a su lado porque después de todo seguía amándola y era como si en silencio le increpara que le había quitado a su mujer y en algo el cariño de su hijo. Pero me amaba a mí, se dijo, terminó con él para estar conmigo. Y David Chico siempre supo que el único y verdadero cómplice que ella tuvo fue él. Cuando terminaron de rezar, las manos se soltaron y sus destinos se dispersarían por el mundo, alejados entre sí. Javier iría a terminar su post grado a España. David Chico seguiría en casa de sus abuelos maternos y su tocayo grande seguiría haciendo lo de siempre. El cementerio a las seis y treinta es casi un pueblo fantasma. Mientras se alejaban rumbo a la salida nadie hablaba. El crepúsculo y un viento agudo aparecen casi al mismo tiempo y por el piso se arrastran algunas flores marchitas. Entre ellas, David grande creyó divisar algunos pétalos de sus de rosas rojas.