sábado, setiembre 25, 2004

empresario

Habían tantas cosas por hacer y el tiempo tan tirano no dejaba de correr y correr. La empresa ya no era la de antes.

-Ring –sonó el teléfono.

-Señor Cerdeño, lo llaman de la revista Porcina– Betty, su secretaria, le habla tapando la bocina del teléfono desde su escritorio ubicado al frente del de su jefe -Están recordándole que lo están esperando para iniciar la reunión y para que les entregue el cheque con el monto acordado. -¿Qué les digo?

-¿Cuánto falta para terminar con nuestro inventario? –preguntó el señor Cerdeño.

-Así como estamos, no menos de una hora.

-Diles que en veinte minutos salgo para allá.

Pero el inventario era largo y pesado. Tedioso trabajo que no podía haber esperado más. No iban a terminar en una hora ni con un milagro.

El teléfono volvió a sonar.

-Es el poeta Arellano reclamando por su dinero, señor. Quedamos en pagarle la semana pasada pero retuvimos su cheque por orden suya.

-Infeliz –masculló Cerdeño, mientras le hacía una seña a su secretaria para que le pase la llamada –cobra como bueno y escribe hasta las huevas.

-Enrique Arellano, el mejor poeta del Perú. Cuánto gusto en recibir su llamada –saludó el empresario Cerdeño –Mi empresa está orgullosa de contar con las colaboraciones de una pluma tan reconocida como la suya. ¿Cómo? ¿Qué no le han pagado? Eso no es posible. Yo personalmente di órdenes de que usted sea la primera persona en nuestras prioridades de pago –mira a Betty y le guiña un ojo –Usted sabe amigo, Arellano, las cosas no nos han ido tan bien últimamente, pero tenga por seguro que usted está tratando con gente decente y honesta. Esto debe haber sido un error de mi secretaria, la pobre es un poco brutita. – y vuelve a guiñarle un ojo a su asistenta. –No se enfade y déjeme decirle que puede usted venir en la tarde por su cheque.

Colgó el teléfono mascullando "huevonazo de mierda".

-Cuando venga ese huevón le dices que nadie dejó ningún cheque firmado- dijo Cerdeño.

Y continuaron con el inventario. Trabajando en silencio, picoteando de una caja de galletas y bebiendo el café que Betty había preparado.

El teléfono volvió a sonar y ninguno de los dos supo cuánto tiempo había pasado desde la última llamada. El reloj indicaba que 60 minutos.

-Los señores de la revista nuevamente. Están esperándolo en magdalena, en el local donde usted los citó.

El empresario Cerdeño al borde de la desesperación respiró profundo y estuvo en silencio unos momentos. Miró al cielorraso y luego al piso.

-Diles que ya salí a su encuentro, que ya estoy en camino –ordenó finalmente.

El inventario avanza lento y el tiempo muy rápido.

Ahora sonó su celular. Eran los señores de la revista, no se daban por vencidos.

-Por supuesto que la reunión se llevará a cabo, señores. Algunos inconvenientes de último momento pero ya todo solucionado. Estoy en camino.

Escuchó una réplica por unos momentos y luego volvió a la carga.

-Me encuentro en la cuadra 10 de la avenida Brasil, en Jesús María. Estoy conduciendo,– dijo Cerdeño sentado en el sofá de su oficina en san Borja.

Vio las manecillas del reloj. Era ya muy tarde y seguro que perdía el negocio con los señores de la revista. También era seguro que Arellano, al ver que no tiene cheque, publique un artículo difamándolo.

El empresario Cerdeño sabía que para ser exitoso en los negocios había que ser un pendejo. Pensó también que tal vez, por estos días se le había pasado la mano.

No tuvo tiempo para pensar en ello, pues al momento le avisan que su esposa estaba en la puerta preguntando por él. Y supo que ahora sí podía olvidar el inventario e inventar una rápida mentira porque ella si no se comía cuentos