jueves, diciembre 18, 2003

ZAID CARDENAS: El Mito de un juerguero querido

A finales de los 80’ y principios de los 90’ hubo un loco en la Huerta que salía a trabajar por las mañanas vistiendo un chaleco artesano y un jean negro, del mismo color que sus zapatillas Reebok botines con pega pega. Al igual que su correa, la vincha que usaba sobre su frente, era de diseño andino de muchos colores, que debió comprarle a algún amigo hippie. Jamás caminaba por la vereda y siempre cruzaba el parque en diagonal pisando el césped desde la esquina de Aramburú con Andrés Corso (donde estaba su casa) hasta salir por el grifo rumbo al paradero de prolongación Tacna. Ese loco bueno se llamó Zaíto, y vivió en la Huerta.

Ese loco tenía una risa socarrona y contagiosa y sus ojos achinados se volvían más chinos todavía, porque ni bien cerraba la puerta de su casa para ir a su chamba, encendía uno de sus extraños cigarros que solían darle mucha risa. Zaíto mantenía aceitadito su sentido del humor, un humor tan efectivo que hacía cagarse de risa hasta al más serio de todos con los disparates que decía y los apodos que solía ponernos a todos. Porque si de chapas se trata, nuestro amigo Zaid fue el mejor para encontrar algún defecto y satirizarlo de la forma más graciosa. Muchos de los apodos que hasta hoy tenemos se lo debemos al Zaíto. Para muestra un botón: A Giampierre lo vacunó con la chapa de Trasquilachi y ese apodo se hizo más conocido que su propio nombre, inclusive traspasó las fronteras del Rímac.

Cuando jugaba pelota en la desaparecida canchita de la Huerta (acaso la más histórica loza deportiva del Rímac) recuerdo que llamaba la atención no sólo su trote de puntitas y toque fino, sino también la muñeca de su mano derecha recogida hacia adentro, lo que le daba un aire de pelotero elegante.

Enemigo de los ternos y corbatas, pero amante de la informalidad y las mujeres caderonas el estilo del Zaíto se hizo único en la Huerta. Los chiquillos de entonces lo apreciábamos mucho porque era el hippie-loco que se hacía querer por sus gestos generosos. Sin embargo, nuestras mamás lo veían siempre con malos ojos, tanto por su apariencia tan estrambótica como por su afición a los tragos y a los cigarros chiquitos que el mismo solía prepararse y que le provocaban mucha risa.

Recuerdo que tanto como las mujeres caderonas le gustaban los tragos y era un especialista inventándolos. Había probado todas las combinaciones posibles, en busca del trago perfecto. Una vez que llegaba del colegio, lo vi con una botella llena de un liquido rosado y cuando vio mi sorpresa me dijo : “sobrino, tu sabes que acabo de inventar este trago y lo he llamado Vamos Boys”. Porque de puro loco y de un momento a otro, renunció a ser hincha de la U para volverse fanático del Boys. ¿El motivo? Era tan loco que nadie lo supo y lo más probable es que él tampoco lo supiera. Un día me dijo: ya no recuerdo porqué me cambié de equipo.

Pero él era así y nadie lo iba a cambiar. Amigo de la desobediencia y contreras por naturaleza el Zaíto era de los amigos grandes que nos defendía cuando algún vecino interrumpía nuestros partidos del parque y luego nos compraba la gaseosa de dos litros gigante para todos sus “sobrinos”. Creo que para los de mi generación fue bueno tener un tío como el Zaíto. Sin embargo los horizontes del Zaíto estaban signados por la aventura y la tragedia.

Un día se corrió la voz que el Zaíto se mudaba a otro país. No pasaron muchos días hasta que se fue a Italia cargando apenas sus chalecos artesanos y sus cuatro chivas en busca de aventuras y más locuras que además de divertirlo, lo conviertan en millonario. Su despedida se prolongó por varios días de juerga (hizo una maratón chupando en cada una de las bancas del primer parque) hasta que lo embarcamos al aeropuerto borracho y estonazo tal como debía ser para un juergólogo profesional como el Zaíto.

Luego llegaban fotografías donde lo veíamos siempre riendo con sus ojos chinitos, en conciertos de rock en Milán y Roma conociendo chicas y mejorando la raza con algunas gringas pero siempre leal a su chiclayanita que conoció en Italia, la misma que le lavaba su ropa y soportaba sus locuras. Nos llegaban también noticias del Zaíto por otros amigos que nos daban cuenta de sus proezas internacionales hasta que un día de Mayo alguien hizo una broma muy cruel diciendo que Zaíto había muerto. Fue la broma más pesada que jamás alguien hizo. Fue la más cruel de todas, porque esa broma no fue una broma, sino que resultó ser la pura verdad.

Muchas cosas se dijeron sobre su muerte, algunas creíbles, otras fantásticas. Nosotros, sus amigos preferimos recordarlo como el loco bueno que tanto se hizo querer, el mismo loco que con un tronchito en la boca nos decía que NO hiciéramos eso, que NO debíamos ser malogrados como él, y que por el contrario, debíamos cumplir nuestras tareas y obedecer a nuestras mamás.....