viernes, julio 30, 2004

Los muebles

El martes 27 de julio, un acontecimiento que no sucedía hacía más de treinta años sacudió la apacible tranquilidad de la casa donde vivo con mis tías. Luego de muchas acaloradas discuciones las señoras de la casa decidieron comprar muebles nuevos. Esto no debería ser un hecho tan trascendente en la vida de las personas, pero en la casa de mis tías sí lo es. Como han leído en la segunda línea de este relato, los muebles nuevos llegaron a reemplazar a otros que estuvieron por lo menos 30 años reinando en la sala de mis tías. Yo tengo 28 años y demás está decirles que para mi, la casa de mis tías siempre ha sido sus viejos muebles diseño Luis XV. Desde que tengo uso de razón han estado ahí, soportando el paso del tiempo hasta que la vejez finalmente los derrotó y obligó a mis tías a sacudirse de su vocación asceta, para comprar un nuevo juego de muebles.

Por la tarde llegaron los muebles en un viejo camión fletado. La tristeza que había inundado la casa cuando tuvieron que retirar los viejos sillones, pasó al olvido una vez que los trabajadores de la tienda de muebles iban acomodando en la sala vacía, una a una, las nuevas piezas. Emocionadas a más no poder, las tías observaban y daban indicaciones a los hombres desde una esquina de la sala. El de dos cuerpos a ese lado, joven; y el otro grande de tres cuerpos póngalo allá, cerca a la ventana, por favor. Finalmente, luego de invitarles jugo de naranjas a los hombres y darles su buena propina, las tías decidieron hacer los ajustes finales según su estilo propio. Y mientras acomodaban el último cojín, llegaron de visita mi madre y mi hermana, que habían sido especialmente invitadas para el acontecimiento y el estreno.

Mi madre se alegra cuando sus hermanas están alegres. Y el cambio de muebles también le produjo mucha alegría a pesar de que ella no viva en esta casa. Mi madre Nelly y mi hermana Milagros elogiaron el buen gusto para elegir el diseño y el color de los nuevos muebles e hicieron algunas sugerencias para su cuidado y mantenimiento. La tía Vilma y la prima María, parecían ansiosas de recibir gente para invitarlas a pasar y a tomar asiento. El momento más importante llegó al final. Era el momento de la inauguración y la mayor de las tías sería la encargada de dar la sentadita de honor. Yo que había estado viendo fascinado este espectáculo desde el fondo del comedor, fui invitado a ponerme de pie para el momento cumbre.

Todos parados alrededor de los muebles vimos cómo la tía Yolanda se sentaba lentamente, depositando su humanidad con mucha delicadeza al tiempo que todos nosotros empezábamos a aplaudir. Luego de la sentadita de honor, todos queríamos sentarnos y descubrir que tan mullidos eran los muebles nuevos. Para evitar el desorden, la tía Yolanda ordenó que hagamos una fila por orden de edades, para que uno por uno, vayamos sentándonos sobre el mueble sólo durante unos segundos para luego ponernos de pie y dar paso al siguiente.

Aquel día inolvidable terminamos tomando chocolate caliente y haciendo muchas bromas. Nos dimos cuenta que hacía mucho tiempo no nos sentábamos en la mesa todos juntos y aprovechamos para entibiar nuestros corazones con esa manta gruesa llamada nostalgia provocada por los recuerdos que evocábamos y que calentaban tanto o más que el mismo chocolate. Todos en el fondo, teníamos un poco de pena porque sabíamos que era muy difícil que se repita esta escena nuevamente. Iba ser muy difícil en realidad. Probablemente mis tías, mi madre, y quizá hasta yo, dejemos este mundo antes que estos muebles dejen nuestra sala.