martes, diciembre 07, 2004

TUS PIES

Contemplarlos, desde el vértice de la cama, es un espectáculo maravilloso.

Sobre tus talones de perfecta redondez se levanta erguido y soberano tu talón nacarado. Lo sé de sobra. Pero desde esta ubicación, lo que se aprecia mejor es el perfil de tu empeine que se levanta sinuosamente como una montaña, cuya base se vuelve más estrecha conforme se eleva. Es una curvatura sensual y perfecta que desemboca como un río en tu tobillo, cuyo fluir nos introduce a las peligrosas corrientes de tus muslos.

Mientras dormitas, me ubico detrás de tu cabecera en la cama, y los veo de arriba hacia abajo, en su frotis dorsal. Me encandilo con el bronceado que lucen tus empeines porque casi siempre caminas descalza ya que para ti no hay sensación comparable a la de caminar con los pies desnudos.

Otras veces me ubico al pie de la cama y me detengo en su región plantar, descubriendo las imbricadas historias que se cuentan en las líneas de tus pies, siguiendo con la vista las múltiples ramificaciones que ahí se tejen y las observo con absoluta abstracción tratando de encontrar, como un arqueólogo frente a un jeroglífico, algún mensaje que nos explique el misterio.

A veces, mientras los observo, no me aguanto y les doy un beso; ahí mismo, sobre la arruguita donde se forma ese lunar pequeñito de color marrón. Entonces te sacudes en la cama y tu sueño se ve amenazado por un moemento, pero luego vuelves a quedar en paz, durmiendo con tranquilidad absoluta.

Sabes tú y sé yo, que cuando los introduzco en mi boca, los degusto como el más delicioso de los manjares, los lamo y chupo con fruición y extasis, desde el talón hasta tus dedos, untándolos con mi saliva, lubricándolos con mis fluidos, recorriéndolos con la punta de mi lengua como un lápiz recorre la silueta de un dibujo. Me detengo en tu arco longitudinal, y recorro con la punta de mi lengua húmeda esa media luna perfecta, una y otra vez, yendo y viniendo de un lado a otro, pero sin salirme jamás de las fronteras de esa bendita curvatura.


Lamiéndolos he descubierto que a veces saben a miel, a veces saben a canela. Otras veces a durazno y muy pocas a chocolate. Lo sé de sobra. Pero me intriga muchísimo a qué se deben esos cambios. Será la luna y las estrellas que confluyen para variar su sabor o será un acto voluntario tuyo, y por las mañanas, según tu humor, decides: “hoy serán de durazno”.

Encantado descubro que hoy me seduce tu dedo segundo, vecino del dedo gordo, que usualmente es el más grande de todos, pero en tu caso es más largo el segundo. Segundo dedo que exhibe con descaro la arrogancia de saberse el más bello y sensual elemento de tus perfectas extremidades. Y al compararlo con los otros dedos, compruebo que su arrogancia es justificada. Es el único que desafía el perfecto orden del resto. No sólo es el más largo de todos sino que además es el único que se inclina hacia afuera cuando los otros cuatro lo hacen hacia adentro. Por eso, sus falanges extremas están casi rozando las falanges de tu dedo gordo. Lo acosa, lo arrima, invade el espacio natural del vecino, reclamando su prioridad en nombre de la belleza.

Qué hermoso metatarso y qué bellas las falanges que componen tu dedo segundo, combado hacia afuera , de uñas rosadas e impecables. Están articuladas caprichosamente las falanges y el segundo metatarso para formar esa pequeña curvatura de tu dedo segundo, por donde se escapa toda tu personalidad traviesa, coqueta e incorregible.

Mientras duermes, imagino a tus amantes rindiendo pleitesía, como yo lo hago, a ese elemento de fetiche, donde apoyas tu existencia y tu vida acumulada. Los imagino embriagándose de su tersura de seda, de su aroma y sabor que varían según tu voluntad. Pero siento una dicha inmensa de saber (o creer al menos) que sólo yo he encontrado las mil un formas de apreciarlos desde todos los ángulos posibles. Y cada una de esas vistas es un placer distinto, una nueva construcción descubierta, una figura inédita y una forma nunca vista. Desde un determinado lugar y bajo un ángulo específico tus pies han sido una montaña en Sudamérica, han sido un rostro mongólico, un jaguar al acecho, una rosa inclinada; han sido muchas cosas, han sido todas las cosas.

No sé si debo agradecer más al calcáneo porque soporta en gran medida el resto de tu cuerpo o al astrágalo, que te comunica con los tobillos y por ende al resto del cuerpo. Quizá al cuboides o por qué no al escafoides. Son todos en realidad, quienes armados de tal forma han logrado construir una pequeña obra de arte.

Tus pies, para mis ojos han sido, el cuadro que ningún pintor aún ha pintado.

el teléfono satelital consiguió el milagro que dios no pudo

Extasiados, con la terrible y maravillosa sensación de que es posible sentir demasiado, hablaron por teléfono satelital los dos enamorados, Beatriz Viterbo y Carlos Argentino.

Ella, se encontraba en un lugar remoto en las costas del Perú, a las 12 del mediodía de un día sábado, en la cima de un acantilado y bañada por el sol anaranjado de un verano que comienza, observando cómo las olas del Océano Pacífico se estrellan violentamente contra las rocas, fragmentando la masa de agua en miles de gotitas que llegan a su rostro produciéndole cosquillas en forma de miles de agujitas que humedecen sus mejillas; un placer comparable sólo a la vez que vio la aurora boreal por primera vez. Con el espectáculo ofrecido por el mar y con esa sensación de demasía en el corazón, apartada de la ciudad, en esa playa casi desierta, recibió la llamada de su amado desde Japón, quien le hablaba desde el mismo concierto de los Rollings Stones en el Tokio Dome, donde por la diferencia de horarios eran las 2 de la mañana del domingo, en el preciso instante en que ila banda inglesa
interpretaba la balada “Wild Horses”.

Sorprendidos por el momento que cada uno experimentaba en las antípodas del mundo y sumada la alegría enorme de sentir tan cerca la voz del ser amado, y más aún, en aquellas circunstancias especiales que cada uno de ellos vivía, sintieron que algo en su corazón los rebalsaba.

Fue cuando en el centro de la vida de Carlos Argentino y Beatriz Viterbo ocurrió algo que los aniquiló y los hizo sentir afortunadamente pequeños e insignificantes: por un lado del mundo, en medio del concierto, Carlos experimentó con total claridad el rumor de las olas, la brisa marina golpeando suavemente su rostro, el olor a pescado fresco, y sorprendido vio cómo en aquella oscura noche de concierto, su cuerpo se iluminaba con una misteriosa luz anaranjada que sólo parecía llegarle a él; sintió clarísimo cómo sus pulsaciones aceleradas y el fluir virulento de su sangre por las estridencias roqueras se aplacaban misteriosamente dejando en su lugar a la calma propia del mar que sosegaron la adrenalina que vivía en ese instante. Todo ello ocurrió justo cuando Beatriz, en el otro lado del mundo, muda y anonadada, sentía cómo el graznido de las gaviotas poco a poco se fue transformando en una voz que retumba en el cielo y que el vaivén de las olas sonaban de pronto como acordes de guitarras acústicas y producían sonidos embriagantes que la arrancaron de la tranquilidad del paisaje marino y la abordó una insospechada energía propia de las estridencias del rock and roll que la alejó de su sosiego y la puso a merced de una adrenalina violenta y temperamental.

Y en los extremos del planeta pensaron al mismo tiempo:


"Quizá esto sea el amor"


Tanto Carlos como Beatriz se quedaron mudos en ese momento y luego de esa experiencia nunca más volvieron a hablar.
Jamás supieron que el otro pensó también lo mismo en el mismo instante. Cada uno pensó que esa sensación fue sólo personal y no fue compartida por la otra persona. Se privaron, por ser cobardes, de experimentar una experiencia extraordinaria que durante toda su existencia no volverán a tener. Una maravillosa coincidencia que no tuvo testigos quedará flotando en el limbo, esperando vanamente que alguien la vindique.

Probablemente ésta sea una forma de creer en una existencia superior a esta vida terrenal, porque una forma tan intensa e injustificada de amar (tan peligrosa como placentera) no se explica con la ciencia, ni se entiende con la razón. Es un intento de trascender al nivel plano, chato, de la existencia humana. Es el camino por donde el ego del hombre destila toda su arrogancia: la creencia de que sólo su especie esta destinada a una vida superior después de la muerte.