martes, agosto 17, 2004

Gastronomía

A muchos ha sorprendido los polémicos planteamientos del experto gastrónomo y sexólogo francés Bouardin Papin, quien en su reciente libro de investigación "Mariscos y la vida de aventura" establece una sorprendente relación entre los habitos de vida de las personas y la costumbre de comer mariscos.

La tésis final de esta investigación plantea que las personas que consumen y gustan de los mariscos tienen una vida más intensa que las que no lo consumen habitualmente. A continuación me he permitido hacer un resumen de lo que el libro plantea (empresa arriegada la de compendiar en pocas palabras, la brillante investigación de Bouardin).

La elasticidad que tienen los mariscos los define por sí mismos. Quienes gustan de los mariscos es porque disfrutan esa resistencia, esa oposición que ofrecen a nuestros dientes antes de ser triturados. A diferencia del pescado, el pollo e incluso la carne de res; la resistente elasticidad que tiene el pulpo y el calamar, hace que nos esforcemos el doble por triturarlos con nuestra dentadura. Ese juego, esa batalla entre nuestro apetito y nuestro alimento condimentan con un plus el placer de la comida. Destrozar, triturar con esfuerzo aquella delicia, se convierte en un juego con cierta tendencia sadomasoquista.

Quienes gustan de los mariscos son curiosos en el campo sexual no porque éstos tengan un efecto afrodisíaco en su carne misma, sino porque nos estimulan ese institnto sado cuando nos obligan a triturarlas con ferocidad y tenacidad antes de engullirlas. ¿Saben cuánta hiel y saliva segregamos en ese proceso? Al pescado basta con cinco o seis masticadas, el pollo quizá necesite diez y la carne de res hasta quince. Pero a veces con treinta masticadas el sabroso pulpito aún no ha cedido, aún no está expedito para tragarlo, necesita más. Para poder engullirlas, nos convertimos en poco menos que hienas descontroladas y dominadas por el instinto.

Esas fibras resistentes de los mariscos nos reeducan, nos enseñan una nueva forma de entender la vida, despertando al troglodita que todos tenemos dentro. En otras palabras, los mariscos trabajan en nuestro subconciente y no a nivel fisiológico.

Para demostrar su hipótesis, el profesor Buardin, realizó diversos experimentos con hombres y mujeres. El más polémico, sin duda, fue el realizado en Holanda ( a donde tuvo que ir para que le autoricen el experimento, que fue prohibido en Francia) donde, en dos casas idénticas hizo que convivan durante un mes, dos grupos de 10 personas (cinco hombres y cinco mujeres).Ambos grupos respondían al mismo perfil: jóvenes menores de treinta años, con ciertas tendencias liberales. Las condiciones de vida fueron idénticas en ambos casos, con la salvedad que el primer grupo tuvo una dieta a base de alimentos variados y el segundo grupo una alimentación exclusivamente hecha con mariscos.Luego de un mes, los resultados fueron contundentes: el grupo que se alimentó con comida variada, se desenvolvió dentro de la normalidad. La convivencia produjo pequeñas peleas entre sus miembros y hasta un romance surgió de ella. Sin contar el flirt de una sola noche que tuvieron otros dos miembros del grupo. Situación normal hasta cierto punto.

En cambio, en el grupo alimentado a base de mariscos, ocurrieron intensas peleas y disputas violentas luego de la segunda semana de convivencia. También organizaron fiestas casi todas las noches y solían bailar y escuchar música con el volumen alto. Con relación al primer grupo, el segundo tuvo los momentos más felices y los momentos más tristes también. Por si fuera poco (he aquí el punto más interesante y polémico del experimento) se produjeron todo tipo de romances y hasta relaciones sexuales entre todos ellos. Absolutamente todos tuvieron al menos una aventura sexual y de amor durante la convivencia. Inclusive, el informe señala que el último día como despedida y ante la iniciativa de las mujeres (cosa sorprendente) todo el grupo participó de una orgía en el pequeño jacuzzi que había en el baño del segundo piso.

La iglesia se pronunció enérgica contra Papin al enterarse de sus experimentos a los que tildó denigrantes y animalizantes. Sin embargo, la comunidad científica quedó gratamente sorprendida ante el atrevimiento del francés. Finalmente sólo queda aceptar que no era broma que los mariscos tenían que ver directamente con nuestro corpotamiento individual yq ue repercute en lo social.

Esos marisqueros y marisqueras, son los mismos que hacen piruetas en la cama, los mismos que no se cansan con dos viajes, los mismos que abusan del ají hasta sentir que su boca se hincha de ardor, los mismos que cuando escuchan el llamado de las hormonas lo hacen donde se presente: en la cocina, en el baño de una fiesta, en el auto y hasta bajo la sombra de un arbolito en la calle.

Son los que se enamoran con el corazón y no con la inteligencia. Son los que más sufren, pero también los que más gozan. Los que gritan, los que cantan, los que le suben el volumen a la radio cuando una canción les gusta, los que suben a la cima de una montaña sólo porque sí, los que bailan frente al espejo y también los que escriben un poema al reverso de la etiqueta de una botella cerveza.

La dieta a base de mariscos consistió en los siguientes platos de origen peruano: chupe de camarones, chicharrón de calamar, arros con mariscos, pulpo al olivo, coco bar, orgía de mariscos, carnaval de mar, uñas de cangrejo en salsa punto azul y el infaltable cebiche de mariscos a tres tiempos. La dieta iba acompañada de cerveza negra con extracto de malta

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