lunes, marzo 14, 2005

moraleja contra los poseros del arte (dos ideas de Vargas Llosa sobre Frida Kahlo)

Su pintura, observada en el orden cronológico con que aparece en la exposición de Martigny, es una hechizante autobiografía, en la que cada imagen, a la vez que grafica algún episodio atroz de su vida física o anímica –sus abortos, sus llagas, sus heridas, sus amores, sus deseos delirantes, los extremos de desesperación e impotencia en que a veces naufraga –hace también de exorcismo e imprecación, una manera de liberarse de los demonios que la martirizan trasladándolos al lienzo o al papel y aventándolos al espectador como una acusación, un insulto o una desgarrada súplica.

Hay en esos cuadros algo que va más allá de la pintura y del arte, algo que toca ese indescifrable misterio de que está hecha la vida del hombre, ese fondo irreductible donde, como decía Bataille, las contradicciones desaparecen, lo bello y lo feo se vuelven indiferenciables y necesarios el uno al otro, y también el goce y el suplicio, la alegría y el llanto, esa raíz recóndita de la experiencia que nada puede explicar, pero que ciertos artistas que pintan, componen o escriben como inmolándose son capaces de hacernos presentir. Frida Kahlo es uno de esos casos aparte que Rimbaud llamaba les horribles travailleurs. Ella no vivía para pintar, pintaba para vivir y por eso en cada uno de sus cuadros escuchamos su pulso, sus secreciones, sus aullidos y el tumulto sin freno de su corazón.

El recuerdo de las despellejadas y punzantes imágenes que acabo de ver no me da tregua. Está siempre conmigo susurrándome que toda esa tranquilizadora y benigna realidad que me rodea ahora es espejismo, apariencia, que la verdadera vida no puede excluir todo lo que quedó allá, en esos cuerpos desollados y fetos sangrantes, en los hombres arbolados y mujeres vegetales, en las fantasías dolorosas y los exultantes aullidos de la exposición. Una exposición de la que, como ocurre con pocas en estos tiempos, uno sale mejor o peor, pero ciertamente distinto de lo que era cuando entró.

Fragmentos del artículo “Resisrtir Pintando” (1998) de MVLL.


Entonces, ¿Se dan cuenta, muchachos?

lo menos importante de lo más importante

La verdad es que casi todos teníamos miedo de salir al campo. Antes que un partido de fútbol, parecía un circo romano. Y nosotros éramos once cristianos a punto de ser devorados por los leones.

Todos sentíamos cómo temblaban los cimientos del estadio. En silencio escuchábamos los saltos y los gritos de cien mil personas enardecidas que nos insultaban y vitoreaban al rival. Teníamos una sensación extraña. Estoy seguro que al igual que yo, mis compañeros sintieron endurecer los músculos de sus piernas y comenzaron a respirar con dificultad. Nunca habíamos sentido una presión tan grande, podíamos ver y oler los nervios circulando por el ambiente, un fluido que se expande como un gas.

Es impresionante lo que se siente cuando uno está sobre el césped de un estadio gigante y repleto que te insulta sin cesar. Nuestros rivales parecían unas fieras dispuestas a todo. No nos saludaron y antes que el árbitro pite el comienzo del match, esos gigantes calmaban sus ansias corriendo de un lado a otro, esperando que empiece la masacre.


Por suerte teníamos a Diego.

Diego era el mejor, no cabía duda. Es uno de esos seres nacidos para cambiar la historia, un elegido por el destino, una excepción de la naturaleza, un hombre con una gran responsabilidad sobre sus hombros. Por eso somos felices y afortunados de estar al lado de alguien tan grande y no en el bando contrario. Diego nos reunió en medio de la cancha y nos dijo:

Hemos llegado hasta aquí y es el momento de la verdad. No hay más. Es todo o nada. Lo que viene ahora es un infierno y lo saben. Sé que más de uno quiere salir corriendo de aquí, ahora mismo; y yo les digo que no hay motivo para dejarnos vencer por el miedo. Para conseguir el triunfo hay que estar dispuestos a morir en esta cancha. Yo estoy dispuesto a morir. ¿Ustedes están dispuestos a morir?

Su voz es firme y por unos instantes nos parece que únicamente se escucha lo que él dice. Por un momento dejan de sonar los gritos de las tribunas, los altoparlantes que piden calma a los espectadores parecen haberse descompuesto y los rugidos de nuestros rivales desaparecieron como por arte de magia. Sólo se escucha la voz de Diego que nos arenga, que nos aplaude, que nos dice que somos los mejores y que está feliz y orgulloso de compartir este momento con nosotros.

Que el mejor del mundo te diga eso en el momento más importante de tu existencia es algo que no tiene precio. Me sentí feliz de haber sido elegido por el destino para compartir este momento con él. Sentirlo cerca era contagiarse de ese espíritu indomable, de esa presencia que infunde respeto, es saber que alguien te protege y está ahí para solucionar los problemas.

Sabíamos que estábamos al borde de la gloria. Nos convertiríamos en héroes nacionales y nuestras vidas darían un vuelco de 180 grados. Dejaremos de ser la mierdita poca cosa y nos convertiremos en los hijos predilectos de todo un país, nuestro país. Nuestros nombres lucirán en las enciclopedias con letras doradas y mis hijos se sentirán orgullosos de mí. Mis hijos, mis nietos, mis bisnietos.

Y todo gracias a este hombre llamado Diego. Él solo, con su magia y talento inigualable ha derrotado a esos gladiadores europeos y nos ha puesto en la final (literalmente solo: cogió la pelota en nuestro campo y cuando nosotros ya no podíamos, se disparó imparable hacia el arco rival, descontando a seis de los gigantes que no pudieron detenerlo nunca). Cuando lo vimos correr de esa manera con la pelota dominada y sacando la punta de su lengua entre sus labios cerrados, supimos que no iba a fallar. Ése era su sello; si sacaba la lengua haciendo una maniobra, jamás fallaba. Eso lo sabíamos pero nunca lo comentamos abiertamente. Era tan grande la admiración que le teníamos, que ese secreto, que conocíamos sólo sus compañeros de campo, lo protegíamos como un tesoro. Un secreto entre los más cercanos a él. Un verdadero privilegio.

Recuerdo que un día antes del partido inicial, durante el descanso de las prácticas, Diego hizo magia con la pelota. Todos los jugadores estábamos echados en el césped, reponiémdonos de los duros ejercicios cuando de pronto, nuestro capitán se puso de pie y comenzó a dominar la pelota. Pero aquella vez no se conformó con hacer las piruetas de siempre, sino que exageró de sobremanera su talento e hizo de la pelota una prolongación de su cuerpo. La hacía ir y venir, le daba vida propia y se la quitaba, luego la revivía y la volvía a matar. No sólo con sus piernas, también con su pecho, sus hombros, su cabeza, sus rodillas; en suma, todo su cuerpo se convertía en una máquina de fútbol. Recuerdo vivamente el silencio que se fue imponiendo en el círculo que habíamos formado los jugadores, todos sin decir una palabra admirando el talento desmedido de Diego. Sólo se oía su botín golpeando la pelota incansablemente, sus respiraciones y sus movimientos resaltados por la luz crepuscular.

Esa tarde, viéndolo hacer esas cosas, supe que nuestro paso por este país no iba a ser olvidado nunca.

Por eso cuando los rivales lo golpean alevosamente, todos corremos furiosos a defenderlo. Esas patadas también nos duelen a nosotros, también le duelen a todo el país. Por suerte, a pesar de su tamaño, es fuerte como un toro, veloz como un galgo, impredecible como un felino, fiero como un chacal. Y tramposo como un zorro.

Su espíritu solidario es exagerado como su talento. Siempre que puede busca una excusa para hablarnos y aconsejarnos; y lo hace con modestia a pesar de sus miles de entrevistas y sus contratos millonarios; a pesar de las mujeres más hermosas del planeta y los flashes de las fotos que colman su vida. Entonces me pregunto: ¿Sería yo capaz de dar la vida por él?

Él, nos ha devuelto la confianza, nos ha contagiado el valor, está haciendo de nuestras vidas una historia nueva, las ha enrumbado hacia la gloria. Y una manera de agradecerle todo lo que hace por nosotros es dar también la vida por él. Sí, yo también daría la vida por él.

Suena el pito. Comienza el partido.