lunes, enero 10, 2005

centro comercial para mujeres

He venido persiguiendo a una mujer. Me gustó tanto cuando la vi, que no dudé en desviar mi camino para seguirla. Me dirigía a la casa de mi novia para arreglar unos asuntos sobre nuestra próxima boda, pero me asaltó un impulso tan grande que no quedó más remedio que caminar tras ella pensando alguna ocurrencia ingeniosa para abordarla e iniciar una conversación. Con un poco de suerte la invitaría a tomar un café y si todo salía bien, quién sabe qué cosa podría llegar a pasar.

Viste un short ceñido que aprietan sus muslos bronceados y su trasero generoso, un trasero casi desproporcionado para su tamaño, pero que no le resta su atractivo, por el contrario sus dimensiones se han detenido justo en el límite de la abundancia, en el punto máximo de la voluptuosidad. Sin embargo, no fueron sus nalgas, tampoco sus ojos caramelo, ni el coqueto lunar sobre sus labios de fresa lo que me perturbaron tanto como ese aire de belleza natural que tiene. No es de las chicas que se preocupan mucho por su aspecto. Apenas, agua y jabón sin maquillaje. Su belleza es natural y no necesita de más retoques.

-Angela, mi nombre es Angela -me dijo, luego de una breve conversación que se inició gracias al recurso de hacerse el extraviado y preguntar por una dirección que no conoces. Me dijo que no conocía ninguna calle llamada Alberto Montesinos.

Hubo empatía desde el primer momento. Después de un minuto ambos intercambiábamos sonrisas.

-¿Un café? Me encantaría, pero antes debo hacer unas compras urgentes. Si quieres me acompañas y después soy toda tuya –me respondió cuando se lo propuse .

Fue así como llegamos a un centro comercial exclusivo para mujeres.

Hasta este punto, mi aventura había ido viento en popa, pero de pronto, se transformó en una patética historia, donde el cazador resultaba cazado.

Angela fue al centro comercial a renovar su vestuario. Y yo siempre he creído que no hay nada más vejatorio para un hombre que acompañar a una mujer y soportar los vaivenes emocionales que enfrenta cuando de comprar ropa nueva se trata. Cuando lo supe, ya era demasiado tarde.

Los vestidores están ubicados en la parte posterior de la enorme tienda, detrás de la sección de los perfumes. Son pequeñas cabinas con cortinas corredizas en cuyo interior un hay espejo enorme para verse de cuerpo entero. Ahí estaba yo, hecho un ganso al pie de la cortina esperando que mi reciente amiga se probase todo lo que había escogido de los escaparates. Yo sostenía lo que se iba probando y quitando bajo este criterio: en el brazo izquierdo las prendas que habían sido descartadas y en el derecho las que terminarían en la caja registradora.

Me sentía como el estúpido más grande en aquella situación tan ridícula. Por un momento pensé mandar todo al diablo y largarme de ahí sin decirle nada, dejando a la niña en su vestidor, con sus ropas y toda la huevada.

Pero no lo hice.

Un grupo de mujeres que pasaba por la sección de perfumes me vio ahí, paradito, soportando marcialmente la paciencia de la chica a quien acababa de conocer.

-Mírenlo-dijo una de ellas, señalándome –qué lindo, esperando a su novia con paciencia y sin quejarse.

- Eso es amor verdadero –dijo otra

Todas rieron y continuaron su camino. Esa había sido una burla inmisericorde y cruel. Sentía que me salía humo por las orejas.

Lo que mejoró mi estado de ánimo (o tal vez lo empeoró) fue descubrir en las puertas de los vestidores vecinos, muchos gansos enamorados esperando, al igual que yo, las inquietudes de sus enamoraditas. Todos nos mirábamos entre sí avergonzados, estableciendo una complicidad miserable por compartir la misma humillación. La diferencia era que el sacrificio de estos sujetos sería recompensado, una vez terminadas las compras, con sendos manoseos en algún parque oscuro, o en el mejor de los casos, un polvito apresurado porque ya es tarde y me están esperando, amorcito.

Pero yo, ni eso. A diferencia de ellos, que se sacrificaban por una recompensa segura, yo me encontraba en una incertidumbre absoluta puesto que Angela en términos reales, no era mi novia, ni siquiera podría considerarla mi amiga.

La gota que pudo rebasar el vaso, sin embargo, cambió el rumbo de la historia. Esa gota iba a ser que me descubriera alguien conocido en tan magras condiciones. Y esas personas conocidas resultaron ser mi novia Raquel y su madre, que se acercaban hacia los vestidores con una ruma de prendas.

Imaginé el escándalo que se armaría y toda mi vida pasó frente a mis ojos en un segundo. Sin pensarlo dos veces, levanté la cortina del vestidor donde Angela se cambiaba y antes que ella pueda decir nada le tapé la boca.

-Si dices una palabra estamos muertos- le dije- mi esposa y mi suegra vienen hacia acá. Angela me sorprendió por su rapidez para entender las cosas. Me guiñó un ojo y pudo reaccionar a tiempo cuando aparecieron los dedos de mi novia Raquel tratando de abrir la cortina donde estábamos.

-hay alguién aquí? –preguntaba Raquel tratando de correr la cortina.

-Está ocupado-dijo Angela, corriendo nuevamente la cortina que se había abierto unos pocos centímetros.

-Pues apúrese señorita que todos los vestidores están ocupados – la voz peliche de mi futura suegra era inconfundible.

Si esa cortina se descorría iba morir estrangulado por mi neurótica novia y/o (lo que ocurriera primero) por mi monstruosa futura suegra. Probablemente mi epitafio dijera: “aquí yace David Falcón García asesinado por su novia al ser descubierto con otra mujer en un vestidor de un centro comercial para mujeres”

Con toda esa angustia no me había percatado de mi situación dentro del vestidor. El espacio era tan pequeño que apenas cabía una persona, lo que nos obligaba a Angela y a mi, a estar juntos y apretados. Nuestras caras estaban frente a frente, a escasos centímetros y nuestros cuerpos rozándose por todos lados. Más excitante fue descubrir que Angela sólo vestía unos calzones blancos que contrastaban divinamente con sus invencibles muslos color canela, y un sostén del mismo color que delataban unas deliciosas pequeñas pecas que salpicaban sus hombros y pechos.

No recuerdo cómo ocurrió lo que finalmente ocurrió. Lo que sí recuerdo es el sabor de sus besos ardientes, sus manos hurgando entre mis pantalones, su lengua sobre mis orejas y su susurro repitiéndome “no digas nada, no digas nada”.

Nunca me descubrieron. Raquel y su madre se olvidaron de nuestro vestidor. Tal vez antes se desocupó otro, o quizá se aburrieron, no se probaron nada y devolvieron todo. Ellas tienen muy mal humor!

Tengo el labio ligeramente hinchado por el beso de despedida ( qué beso por dios!) que incluyó una excitada y descontrolada mordida.

Ahora la veo subir a un taxi con sus paquetes y sus bolsas. Me envía besos volados mientras el auto desaparece de mi vista. Me ha dejado un teléfono y una dirección que anotó ella misma con tinta roja en la boleta de compra. Nunca tomamos el café y sospecho que, esos datos, son falsos.