martes, abril 06, 2004

no estás

todavía
mis lágrimas
tienen el sabor de tu ausencia

LA COMBI

Como siempre, nunca se detuvo donde debe y esta vez lo hizo a media pista. Me ubiqué en los asientos del fondo por una costumbre paisajista : desde ahí puedes observar el interior de toda la combi, eso siempre me ha producido una extraña pero reconfortante sensación de control y dominio. Adelante, al costado del conductor hay un par de asientos desocupados. En los asientos delanteros que se encuentran en la segunda área del vehículo iban una chica de pelo pintado con una señora que parecía su madre. Más atrás un tipo encorbatado y sudoroso, se pasaba a cada minuto un pedazo de papel higiénico por su frente. Un celular en la mano, un lapicero en la solapa y un fólder con muchos papeles en su interior lo delataban como un clásico vendedor. Yo había trabajado en eso un tiempo. Aburrido de meter mi mano al bolsillo y encontrar sólo aire rebusqué en el periódico algo que me pudiese dar dinero y di con uno de estos avisos. Llegas a una oficina con tu corbata nueva y la camisa bien planchadita para oir a un tipo con cara de cojudo decirte que eres un huevón porque plata y trabajo hay de sobra en el Perú y que el peruano es ocioso y que es ladrón, sucio y mentiroso. Todo eso para enterarte que los mil dólares lo ganaríamos nosotros mismos vendiendo, perdón seleccionando personas con interés en su desarrollo humano y profesional, porque esta era una empresa internacional que por expansión necesitaba jóvenes universitarios triunfadores con deseos de superación y obtener ingresos en dólares por encima del mercado, osea la misma mierda pero ya no en blanco y negro sino a colores. A las finales terminé tocando puertas en los distritos más aburguesados ofreciendo enciclopedias, soportando el sol, el mal genio de las personas y hasta uno que otro mojón de alguna paloma del carajo que manchaba mis camisas. Pobre encorbatado, seguro también a él lo palabrearon tanto como a mi.
Más atrás, en la penúltima línea de asientos estaba un tipo con zapatillas blancas de lona, un periódico de calatas, y en el antebrazo tenía tatuado un timón de barco de esos antiguos tipo pescador de un solo color y mal dibujado, además un candado en la mano que abría y cerraba con la llave que tenía insertada en la boca del cerrojo. Los asientos eran para dos personas pero él estaba sentado de tal manera que ocupaba ambos asientos con una cara de si me dices algo te saco la mierda. Esas eran todas las personas que había en la combi. Cuando digo Combi me refiero a las unidades más pequeñas, esas que tienen el techo bajo y te obligan a jorobarte para poder entrar. La cara del chofer la veía a través del retrovisor y me sugería por sus ojos desorbitados y su manera de conducir como piloto de fórmula uno que tal vez sea un desquiciado, un chofer asesino. Tenía un palito de fósforo en la boca y le daba la apariencia de ser un achorado de los bravos. El cobrador tenía cara de tonto y tenía que soportar todos los insultos del conductor que le pedía que grite más alto huevón que nadie te escucha, que cierra la puerta que ahí hay un tombo, que llama a la gente, que no seas monse compare, más mosca, no seas gil.

En el interior del vehículo se oía una salsa antigua y mal sintonizada que parecía mortificar mucho a la señora y su hija de pelo pintado, porque le pidieron que baje un poco el volumen por favor señor que está muy alto el sonido. A mi me daba igual todo. Sólo quería llegar a mi destino y además era el final de un día aburrido donde no ocurría nada nuevo. En una esquina subió una gorda de pelo corto abarrotada de libros y cuadernos con espiral que se ubicó al costado del chofer abriendo la puerta delantera, pero al reconocer al vendedor encorbatado le pidió al chofer un ratito por favor, para bajarse del asiento delantero, abrir la otra puerta corrediza y sentarse al lado de su amigo.

- ¿Y qué haces ?- dijo la gorda

- Aquí en plena chamba – contestó el encorbatado

- ¿Y qué haces ?

- Trabajo en la selección de personas con aptitud de superación personal y profesional


La gorda le comenzó a contar que ella estaba estudiando en la Católica y que el otro día estuvo en el concierto de Cristhiam que era tan lindo y todo un cuerazo. Su voz, como toda obesa era bonachona, pero también fuerte y la señora de la hija de pelo pintado le pidió silencio por favor. La mejor ubicación de todas era viajar en el último asiento de la combi pegado al lado de la puerta corrediza, desde ahí observas todo lo que ocurre dentro.

El vehículo estaba casi vacío y eso era lo mejor de todo. Se podía respirar aire fresco ya que apenas éramos la pelo pintado y su madre, el vendedor y la gorda y el loco del candado. De pronto la tranquilidad se rompió en una esquina. Había otra combi de la misma línea varada a media pista con las luces rojas de emergencia que palpitaban, un sujeto de chalina le hacía señas a nuestro chofer con pinta de asesino.

- ¿Qué pasa Gonzalez?

Se me jodió la llanta hermano. Hazme un favor, llévate a este par de pasajeros que ya me pagaron - y señaló a una pareja que estaba parada a su costado.

No hay problema cholo.

¿Tienes gata?

Sí, hermano, no te preocupes


Subieron una chica con minifalda y un sujeto que parecía su enamorado. Ella se ubicó en la barra que está detrás del asiento del chofer y que también funcionan como asientos de tal manera que estaba al frente mío. El sujeto que la acompañaba se ubicó a su lado, pero parecía que ella no quería su compañía.
La chica de la minifalda tenía poderosas piernas, musculosas y bien formadas. Su corta falda buscaba delatar todas sus intimidades pero ella había cruzado las manos entre sus piernas como defensa contra cualquier mirada mañosa como la mía. El sujeto que subió con ella tenía el cabello largo y amarrado con una cola de caballo. Le hablaba bajito casi al oído y ella parecía incomodarse cada vez más. Ante la insistencia del pelucón ella contestó con voz enérgica.

Ya te dije que no, por favor no me insistas.

La respuesta fue tan clara y fuerte que todos en la combi pudimos oirla. El pelucón se puso rojo como un tomate, el loco del candado abrió sus ojos grandes y desorbitados, la gorda empezó a cuchichear con el encorbatado y la pelo pintado y su madre por estar muy cerca de ellos tuvieron que aguantarse las ganas de reir. El cobrador de reojo miraba a la pareja. Todo estaba claro: el pelucón se le había declarado, ella lo había choteado y él no se daba por vencido. Nada más triste que no aceptar una derrota hidalgamente. Era una derrota prevista a simple ojo. Ella era guapa, tenía celular y pinta de ser una chica que vuela alto, lejos del alcance de aquel sujeto de cabello largo con pinta de hippie tercermundista.

Pasajes a la mano por favor- dijo el cobrador con su cara de tonto.

Al instante en el interior del auto se escucha un rumor seco de movimientos que reaccionan mecánicamente a la voz del muchacho que usaba una gorrita de los Chicago Bulls que se la había puesto con la visera para atrás. En una de sus manos sujetaba una torre de monedas que hacía sonar dentro de su puño, agitándolas entre sí, una señal típica de los cobradores que quieren aparentar mucha experiencia; en la otra, un fajillo de boletos estaban aprisionados entre sus dedos.
Comenzó por delante. El primero fue el pelucón quien con una moneda de dos soles quiso pagar también el pasaje de la chica con minifalda, pero ella insistió en que no gracias, que yo me pago mis cosas y le alcanzó una de cinco al cobrador con gorrita y cara de tonto. La pelo pintado y su madre tienen cara de misias y le alcanzan un montón de monedas de diez céntimos, el cobrador con cara de tonto cuenta las monedas extendidas sobre la palma de su mano y con expresión de fastidio de les dice: “Falta.”

- Aquisito no más vamos joven – dijo la mamá de la pelo pintado

El pasaje es un sol señora, para todos- el cobrador lo dijo con voz alta .

La pelo pintado se moría de vergüenza, todos lo habían oído y trataba de esconder su rostro entre las páginas de una revista Cosmopolitan antigua que había abierto de par en par. Por mi parte, el momento del pasaje era el más jodido de todo el viaje, no tanto por le dinero sino que las monedas se filtraban hasta el fondo de mi bolsillo y extraerlas era un dilema sobre todo en las combis porque el espacio para moverse en los estrechos asientos era mínimo y había que hacer malabares. Me acomodé como pude y metí mi mano derecha en el estrecho bolsillo, revisé y no encontré nada. ¿Cómo? ¿Y mi dinero? ... Puta madre lo olvidé en el otro pantalón. ¿Y ahora qué hago?
El cobrador de gorrita y cara de tonto discutía con la gorda y el encorbatado porque no les aceptaba el carné de medio pasaje que ya había caducado. “Ese ya no sirve “ decía el chiquillo, “Ha habido una prórroga hasta fin de mes” decía la gorda “Dame mi vuelto o llamo un policía” El encorbatado se envalentonó y amenazó al cobrador con cara de tonto, y al instante el chofer que miraba todo por el retrovisor dijo “Qué pasa carajo” y lo dijo con tal estilo y entonación como sólo saben hacerlo los verdaderos achorados de los barrios más bravos que el vendedor encorbatado se quedó calladito y se hizo el cojudo. El chofer añadió: “dales su vuelto. Con estos aniñados universitarios no se puede” Y subió el volumen de la radio muy alto sólo para joder. La gorda quiso decir algo pero al parecer se arrepintió y sólo metió su sencillo en el monedero. Yo trataba de hallar alguna solución a mi problema. Maldije mi suerte y pasé una revisión por toda la combi y me topé con la mirada de la chica con minifalda, ella me estaba mirando, y cuando su mirada se encontró con la mía no la retiró, la mantuvo al frente, sosteniendo una secreta batalla conmigo, porque yo no iba a bajar la mirada antes que ella, que la retire ella, sería imperdonable para mi orgullo machista latinoamericano que una chica que me haga rehuir la mirada. Pasaron varios segundos interminables e increíbles, nadie cedía, pronto mis ojos empezaron a brillar, su mirada era fuerte y tuve la sensación de que ella y yo habíamos iniciado ya una relación. Era increíble, me había emocionado tanto que comencé a sospechar que esto ya no era una simple confrontación de miradas, sino una abierta coquetería. Le sonreí y ella también me sonrió. Mi corazón se aceleró un poco más. Nuestras miradas, seguían firmes pero nos habíamos permitido pestañear ligeramente como para no quemarnos con el fuego de nuestros ojos.
El cobrador intentaba despertar al loco del candado que se había quedado dormido en los dos asientos que ocupaba, “su pasaje señor” le decía, y lo sacudía del hombro. Con el movimiento el candado se escurrió de sus manos y se fue al piso. El sujeto abrió los ojos furioso y con un gesto despectivo le alcanzó un billete de veinte soles doblado que sacó dentro de su buso a la altura de sus testículos. El cobrador con cara de tonto extendió el billete, lo levantó y lo observó a contra luz. “¡Cambio de veinte!” , gritó.
Cuando a un cobrador le dan un billete grande siempre recurre a su chofer para convertirlo en sencillo. Esa operación tomaba algunos valiosos segundos porque el avezado chofer con pinta de asesino además de contar las monedas, volvía a certificar la validez del billete y conducía como piloto de fórmula uno. Tenía que pensar algo ocurrente y hasta genial para salir de ese embrollo. Ahora más que nunca porque la chica de piernas espectaculares, polo ceñido y minifalda me seguía mirando. El cobrador con gorrita y cara de tonto terminó de darle su cambio al loco del candado que ahora jugaba con aquél pedazo de acero abriendo y cerrandolo mecánicamente con la llave que tenía puesta en la cerradura. Se volteó, me miró y yo supe que mi destino dependía de ese momento, “Su pasaje” oí esa frase como un chorro de agua fría sobre mi espalda. “ Su pasaje caballero” volvió a insistir el cobrador y en ese momento una iluminación llegó a mi, una solución muy criolla y pícara, pero a la vez efectiva. “Ya pagué” dije con mi cara de palo súper conchuda. El muchacho se sorprendió con mi respuesta tan segura y llena de convicción que ni siquiera me pidió el boleto. Por unos instantes fui el más feliz del planeta
El chofer conducía con el volumen alto y corría demasiado. La mamá de la pelo pintado le pidió que bajara el volumen y conduzca con cuidado, pero no le hizo caso, ella insistió y sólo consiguió un “no joda”. La hija de pelo pintado salió en su defensa y le dijo que chucha se ha creído malcriado de mierda, y el encorbatado también se envalentonó y aprovechó el cargamontón y junto a la gorda y unas cuantas lisuras de por medio consiguieron que baje el volumen, pero siguió conduciendo como piloto de fórmula uno. Todo esto me importaba poco porque yo tenía un asunto a medias con la chica de minifalda que me seguía sonriendo. Ambos ajenos a lo que sucedía manteníamos un silencio mágico de pupilas y sonrisas. Era hora de dar un paso más allá. ¿ Qué podía hacer? ¿Qué señal le podía enviar? Debía ser algo creativo para no romper la magía que se había entablado con la chica de la minifalda, no podía hablarle porque ahí si que la cagaba toda. Todo debía ser gestos y nada más. Sólo me quedaba una cosa, arriesgada y agresiva. La miré con firmeza y pude descubrir que sus ojos eran color caramelo, luego bajé mis pupilas hasta sus tetas redondas que parecían dos melones a punto de reventar el estrecho polo. Luego las volví a subir y ella me sonrió coqueta. Y para mi asombró ella también bajo sus pupilas y las detuvo a la altura de mi cremallera y se pasó la lengüa por sobre sus labios. Yo me quedé con cara de huevón por unos segundos, luego también me pasé la lengüa por los labios y volvimos a sonreírnos, esta vez con malicia y complicidad.

- Bajan en la esquina! – gritó la mamá de la pelo pintado

El chofer aprovechó para desquitarse y la dejó muchos metros más delante de su paradero.

Imbécil!- gritó la pelo pintado cuando bajaba de la combi.

Paguen sus pasajes completos conchudas – contestó el conductor y arrancó veloz.

Nuestras miradas con la chica de minifalda iban de extremo a extremo. Desde adelante donde estaba ella, hasta el último asiento donde yo preferí ubicarme por una costumbre paisajista de poder mirar a todos y tener esa extraña sensación de control que siempre he necesitado alimentar. Ya estaba todo el juego en su esplendor, nuestras discretas miradas iniciales se habían convertido en un juego abierto de insinuaciones y gestos atrevidos. De pronto sentí un cuchicheo que provenía de la gorda y el vendedor encorbatado. ”Es una conchuda y una sinvergüenza” decía , el loco del candado me miraba sorprendido y el cobrador con cara de tonto de reojo quería enterarse de todo. A mi, eso no me importaba y seguí con el juego. De pronto sentí que alguién más se metía en nuestras conversaciones de pupilas y sonrisas, un invasor, que no era nada menos que el pelucón que ahora me miraba con todo el odio del mundo. Me miraba a mi y la miraba a ella, sorprendido y enojado con el ceño fruncido. Bajé la mirada. Pero, ¿Por qué? Si él acaba de ser choteado. Levanté la vista con dignidad y valentía dispuesto a defender lo que casi, casi era mio. Sus ojos destilaban rayos poderosos de furia y envidia que yo contrarrestaba con mi barrera de indiferencia. Era fatal la contienda, en total silencio ambos disparábamos nuestras más terribles miradas y sentí que todos dentro la combi estaban presenciando el conflicto. No podía perder, estaba mi honor en juego y también la princesa de minifalda y polo ceñido. Mis ojos se cansaban y empezaron a brillar y tuve la certeza de que iban a empezar a lagrimear en cualquier momento si alguien no quitaba la mirada. Era una batalla muda de estruendosos silencios.
El chofer se aburrió y apagó la radio, de manera que, aún sin ver, sentía la presencia de todos alrededor nuestro. Sólo se oía el ruido del motor y tal vez la impaciencia del chofer porque desde que bajaron la pelo pintado y su mamá nadie había subido a la combi. Estaban sólo la gorda y el encorbatado que habían pagado medio y el loco del candado que de repente la había dado ese billete falso de veinte soles. A esa hora de la noche era común que las combis vayan vacías, más aún en aquella ruta tan alejada al centro de nuestra caótica ciudad.

Ya no podía contener las lágrimas y cuando parecía que iba a sucumbir en el duelo de las miradas con el hippie tercermundista ocurrió lo que siempre le ocurre a los héroes, a los destinados a convertirse en triunfadores, porque un segundo antes de que mis ojos estallen en lágrimas el hippie tercermundista enterró la mirada en mis zapatos de cuero negro. Derrotado, se encogió en su asiento y luego de recoger su orgullo de la suela de mis mocasines , se quedó impasible, mirando por la ventana, renunciando a cualquier disputa conmigo por la princesa de la minifalda y yo tuve la certeza que la victoria agonizante es más sabrosa. Ella estuvo mirando todo y por su rostro parecía orgullosa de mi victoria y sin más rodeos me hizo un regalo libidinoso: Sus invencibles piernas cruzadas cambiaron de posición, y fue en esos breves segundos que levantó sus manos cruzadas que protegían sus adentros y pude ver sus más recónditos interiores y el pináculo de la gloria de todo hombre heterosexual: Era de color rojo. Este momento fue el climax de toda esta aventura de choferes asesinos, encorbatados sudorosos, gordas estafadoras, dementes fugados del Larco Herrera que juegan con candados, sí, porque ya no aguanté más y cuando tenía al frente la sonrisa de la chica de la minifalda que sabía muy bien lo que había hecho con ese movimiento de piernas, muslos y corazones descubiertos, con un movimiento de cabeza le indiqué que bajara en el próximo paradero. Otra vez ella sonrió.
Todo el mundo nos había visto, pero eso ya no importaba, la gorda, el encorbatado, el loco del candado, el hippie, el chofer asesino y su cobrador con cara de tonto, todos en ese momento me importaban un reverendo carajo.

- Bajan en la esquina!

Cuando ambos bajamos de la combi la gorda y el encorbatado nos miraban asombrados, el chofer asesino sonreía y el cobrador con cara de tonto observaba con lástima al hippie derrotado. El loco del candado me guiñó un ojo y me enseñó el pulgar de su mano hacia arriba. Era extraño pero sentía una extraña confraternidad con ellos, aún sin dirigirnos palabras habíamos entablado un contacto emocional, todos habían sido partícipes de esta historia increíble de un triángulo amoroso mudo de miradas y desafíos silenciosos donde yo había triunfado esta noche. La combi con placa TKCH 69 arrancó y pude observar que en la parte posterior había un lema escrito que decía “Sube y no te Arrepentirás”. El ruido del motor se desvanecía en la noche y a mi costado tenía alguien que me sonreía y me soplaba al oído y ademñás tenía minifalda y ya sabía que su calzón era de color rojo y ya no pude pensar en la pena del hippie derrotado porque de tanto pensar en rojo sentía que me empezaba a transformar en un toro de pura casta brava, y estaba a punto de arremeter contra una princesa de minifalda .