lunes, febrero 16, 2004

BUITRAGUEÑO

¿Sabes? Siempre he sido un asqueado exagerado. Y una de las cosas que más detesto y mayor repugnancia me provoca son los vómitos. Devolver restos de comida que estaban dentro de tu estómago! Esa imagen es la más terrible para mis debilidades. Cierto es, que observar a una persona vomitando, resulta un espectáculo horrendo para cualquiera, el problema es que yo no encajo en la categoría de cualquiera. Como ya te dije, mi asco supera los estándares promedio. Algunas veces, cuando por accidente, he observado que algún desdichado es víctima de esas nauseabundas expulsiones a través de la boca, mi fobia cobra una importancia capital y me causa serios estragos. Las primeras sensaciones duran unos segundos y yo lo llamo “estado de shock” porque me quedo paralizado mientras mi cerebro asimila esa primera impresión. Continúa, de inmediato, la “etapa de crisis” y su intensidad depende directamente de esa primera impresión; si esta es muy impactante, puede llegar a producirme náuseas y terminaría junto al desdichado, en un espectacular dúo de vomitantes a capela. Sin embargo, los estragos pueden ser mayores, dependiendo de la magnitud del desagua que tenga al frente. Alguna vez llegué a desmayarme frente a una gorda borracha que en la puerta de mi automóvil expulsaba todo el bufete con el que debió atragantarse en algún cóctel.

Esta bendita fobia me obligó a elaborar una estrategia para evitar esas desagradables sorpresas. Por eso, en las fiestas y reuniones siempre evito acercarme a los borrachos aunque sean mis amigos. Ellos, son conscientes de mi debilidad y no me reprochan nada. Empero, en un primer momento, esa actitud me generó algunas enemistades con amigos que se sentían ofendidos por mi malacrianza. Poco me importó y no cedí en absoluto con mi posición . Ellos, al comprobar que mi empecinamiento era una necesidad, terminaron aceptándolo. Por eso, cuando estoy frente a un amigo ebrio con evidentes náuseas yo me alejo, raudo. Tampoco voy a los hospitales a visitar a nadie. Esos recintos son mi peor pesadilla. Rodeado de enfermos agonizantes me veo forzado a espectar todo tipo de expulsiones: de sangre, de órganos y por supuesto, la más babilónica de todas: los vómitos. ¿Dónde podemos encontrar más vómitos que en un hospital?

Para complicar las cosas, te diré que la impresión y repugnancia que le tengo a esas evacuaciones violentas y acuosas que fluyen desde el estómago hasta salir disparadas por la boca (me sugiere la imagen de un buzón sin tapa y con una tubería rota) se vuelven más atroces cuando la víctima es algún conocido. Saber que volveré a encontrarme con ese desdichado ser, que ha caído frente a mis ojo, al nivel más bajo de degradación, me resulta insoportable. Prefiero no volver a verla nunca. Y cuanto más estrecho es el vínculo que me une a la pobre víctima, más grande es mi “estado de shock” y más violentas las reacciones en mi “estado de crisis”

También recuerdo, que fuiste TÚ la única persona que se atrevió a decirme, en aquel restaurante, que le desagradaba mi modo de masticar la comida, que lo hacía con la boca semi abierta y se veía horrible. Me quedé callado imaginando ese grotesco espectáculo que estaba ofreciéndote: restos de comida asomándose entre mis labios y dientes, mostrándose y ocultándose al compás de mis mandí1bulas. Aquello me pareció, poco menos repugnante que mi fobia atormentadora. Me sentí mal. Y más aún por el hecho de ser tú. TÚ, que en ese momento eras…. bueno, eras eso que ya tú sabes que fuiste en mi vida. Y es ahora que recuerdo lo más escabroso de tus actitudes. Porque si tú me habías criticado aquella vez por masticar los alimentos con la boca abierta, ¿Qué podía pensar yo carajo, cuando tuve que sostenerte porque te caías de borracha y comenzaste a vomitar encima de mis zapatos cantidades de comida y líquidos semi procesados por tus jugos gástricos? Dime pues, ¿Qué podía pensar yo? ¿Qué imaginaste que podía yo estar pensando de ti? Tú, que 48 horas antes me dabas contundentes lecciones de etiqueta gastronómica, exultando la pulcritud y cuidados que se debe tener con los alimentos que ingresan a nuestro cuerpo.

Si esto parece una pendejada de tu parte, más pendejo aún, resultó la broma que me jugué yo mismo, o mejor dicho, me jugó mi fobia. Porque lo que debía ser la escena más espeluznante y desagradable para mis debilidades, se convirtió en algo que hasta ahora no me explico. Increíblemente, lejos de producirme todo el torrente de sensaciones nauseabundas que esperaba, incrementadas además por el vínculo estrecho y casi siamésico que nos ataba, no pasó nada. Lejos de eso, me remeció un increíble ataque de ternura y lástima por tus contradicciones. Verte indefensa y ebria, abandonada a mis brazos que sujetaban tu lánguido y frío cuerpo, me pareció una escena hermosa hasta más no poder. Mientras sostenía en alto tu frente para que puedas vomitar sin ensuciarte, fui testigo y partícipe de tu declinamiento y abdicación, la caída y desmoronamiento de tu ego y arrogancia tan grandes. Entonces, mi fobia se transformó en una encrucijada de sensaciones blandas y comprensivas, cómplice de tus verguenzas expuestas, de tu degradación máxima. Desde aquel momento, lo que ya sentía por ti, se incrementó de forma extraordinaria. Rendida y abandonada en mis brazos, víctima de tus propias mentiras y contradicciones, me convertiste en el cómplice de tu lado oscuro. Conocí ese espacio vedado para el resto y ahora al descubrirlo, desnudo y sin defensas, me convertía en parte tuya, me ataba con una gruesa cadena a tu vida, a tu lado oscuro, a tus sufrimientos, a tus vómitos.

Ese develamiento de tus hipocresías frente a mi, supone una entrega total. Una muestra de plena confianza para mostrarte, tal cual; exhibiendo las llagas de tu alma que, a pesar de esa excelente mascareta de ser muy niña de su casa, que va a misa los domingos y duerme rodeada de gordos peluches, sufre mucho.

Y ahora, mientras recuerdo aquella escena, donde, en esa oscura y polvorienta, avenida, ebrios y tambaleantes recreábamos un cuadro denigrante, ya no lo siento así, mas bien, me parece una imagen en poesía pura. La niña etiquetosa rendida en los brazos de su… (eso que tú ya sabes) representa el abandono absoluto a tus mascaretas artificiales para entregarte con tu alma desnuda al hombre que era eso que tú ya sabes en ese momento.

Es verdad, Adriana. Todo eso me generaron tus vómitos y lo que sigue ya lo dejo sin decir porque eso, lo sabemos de sobra tu y yo.