sábado, octubre 09, 2004

postales de una fiestita

Bellavista, Callao
Jueves 7 de octubre

La sala era grande, con una ventana que daba a la calle. Un mueble de madera caoba (que acaparó los elogios de los invitados por lo bonito de su diseño) cortaba la sala perpendicularmente y sostenía el equipo de sonido y los cds. A través de los parlantes, los bajos, guitarras y xilófonos (feo nombre xilofón) de Tierra Sur se escuchaban potentes. Aunque después habría de escucharse a otros grupos y cantantes.

Sentados sobre el mueble más pequeño, mi padre hablaba con Carla. Le contaba cuando fue futbolista de Copa Perú, de lo rápido que era a pesar de su metro sesenta y dos; se lamentaba que sus hijos le hayan salido maletas.

En el mueble más grande, por un extremo Martín hablaba con su primo César sobre el tiempo perdido, sobre Poncio Pilatos y sobre un buzo que murió ahogado en la playa. Por el otro lado, Mónica le contaba a alguien con argumentos flojos por qué estudiaba Derecho y sobre los inventos que tenía que decirle a su mamá para poder salir a reuniones. Como esta, por ejemplo.

Dos sillas de respaldar arqueado sostenían la conversación de mi hermano Paco sobre las hinchadas más violentas de chile y Argentina con el Yorugua. Quien momentos antes y luego de haberle sacado las balas, le dio a guardar una pistola calibre 38 de cacha plateada, que Paco guardó en el último cajón de su cómoda, no sin antes haberla empuñado y dejado volar su imaginación por un momento.

De pie y rodeando la mesa que sostenía las botellas de cerveza, estaban Harry, Fitzgerald, y Javier Eduardo armaban un debate sobre un tema que generó polémica: El fichaje de Maestri al Alianza y sobre la vez que Liliana se mudó al barrio para cambiarnos la vida a todos los de la collera. También se extrañaron por qué había una silla vacía en la que nadie podía sentarse y cuando me preguntaron sólo les dije: “nada, hombre, cosas de escritores”

Jorge y su chica se besaban en un rincón, olvidándose del resto el mundo. Se decían frases de enamorados y se hacían promesas para juntos, conquistar el mundo. Alguien me dijo que le gustaba que me guste Kafka. Le recité un párrafo sobre Kafka y me dijo que ahora yo le caía de putamadre.

María y Milagros, con un pisco sour cada una entre las manos, se divertían viendo el transcurrir de la reunión, de los grupos que se armaban y desarmaban y del avance colectivo de la embriaguez de todos los presentes. También parecía que llevaban la cuenta de las botellas que se iban quedando vacías y los vasos se iban rompiendo.

Cerca de las cinco de la mañana, cuando apagamos la radio y despedíamos a los amigos, Paco le devolvió al Yorugua su pistola, pero antes, producto de la borrachera pasó por manos de todos y algún imprudente jaló el gatillo. Por suerte las balas estaban en el bolsillo del dueño.

Finalmente, llegaron amigos que no esperaba recibir. Faltaron amigos que sí esperaba recibir. Se rompieron dos vasos y un cenicero en forma de cisne. Algunos invitados se quedaron dormidos en los muebles y todos se chuparon los dedos con el pollo asado que prepararon mi madre y mi hermana.

(proximamente una fotito delatadora se colgará aqui)