sábado, octubre 30, 2004

capitán

UNO
Jueves 10:30 pm

-Como amiga te digo que lo que vas a hacer es una estupidez.
-Lo amo y es mi deber ayudarlo.
-Él jamás lo permitiría, preferiría morir.
-Por eso nunca lo sabrá.

Entonces abrió la reja blanca y la cerró despacio. El ruido de sus tacos se fue perdiendo en la oscuridad.


DOS
Viernes 00: 30 am

Miraflores, Parque Kennedy. Una mujer con un vestido de rojo camina haciendo sonar sus tacos mientras fuma un cigarro. Nadie circula ya a esas horas. Un viento frío alborota las ramas de los árboles y arrastra unos papeles por el piso. Por la esquina de Pardo aparece un BMW negro con lunas oscuras. Avanza lento y se detiene muy cerca de la mujer. Ella se dirige hacia el vehículo y abre la puerta. Segundos después al automóvil desaparece por la bajada Balta, rumbo a la costa verde.


TRES
Viernes 07:30 am

Las mañanas de primavera suelen despertarlo con el rayo de sol mañanero que se filtra entre la pequeña abertura de las cortinas. Impacta de lleno sobre su rostro hasta que lo aleja de sus sueños con cierta violencia. Recuerda haber tenido un sueño extraño, pero no quiso recordarlo. Se levanta, toma una ducha, se viste con una camisa blanca, pantalón y saco azul. Finalmente se cuelga, en el cuello, una corbata roja. En la cocina se prepara un café y coge dos rebanadas de pan de molde. La comida le supo horrible. “Necesito un milagro” se dijo mientras bajaba los cinco pisos por las escaleras porque el ascensor del edificio, por milésima vez, estaba en mantenimiento. Conduciendo su volswagen por la vía expresa su atención está abocada ahora al menudo problema que tiene que afrontar en su trabajo. “Cómo pudiste confundir los disketes” se quejaba en voz alta mientras se golpeaba la frente con la mano izquierda. Un angustiante pesimismo lo asaltó y se vio despedido por su jefe, el sinvergüenza de Calamaro Guimarey, tan sinvergüenza como eficiente. Porque al final, eso es lo que importa. La eficiencia. Si eres decente o no, al resto le importa una mierda. El vigilante le hace una reverencia y le abre la puerta. Su viejo escarabajo del 79 avanza lento, en la cochera de su compañía y antes de llegar a su lugar de estacionamiento divisa el lujoso BMW negro de lunas oscuras de su jefe estacionado cerca de la puerta principal, donde se aparcan los gerentes más importantes de la empresa. “Yo también podría tener un auto así” pensó, “pero antes debo rezar para que no me despidan”.


CUATRO
Viernes 08:00 pm

El volswagen se detiene frente a una reja blanca. Luego de tocar dos veces el timbre una silueta se apareció en la ventana del segundo piso y le hizo una señal con la mano. Instantes después le abrían y saludaba a su novia con un beso de rutina.

-¿Cómo te fue? ¿se solucionó todo?

-Me han despedido –respondió él.

-Pero eso no es posible –replicó ella sorprendida.

Las explicaciones estaban demás. Ella sabía todos los detalles del problema del diskete y juntos habían concluido que lo más probable era que lo echaran de la compañía.

-Con ese jefe de mierda, era lo más probable. Tú lo conoces.

Por un momento su novia creyó entender un doble sentido en esas palabras. Después reaccionó y entendió que era su cargo de conciencia.

-Pensé que podía ser más humano –dijo ella -ser más comprensivo, qué se yo. Es un miserable!

Sus ojos se quedaron clavados en el vacío, respirando agitadamente mientras las aletas de su nariz se hinchaban con cada respiración. Sintió un coraje infinito. Una lágrima corrió por su mejilla, luego otra y después otra.

-No llores –le dijo su novio, se acerca y la abraza con ternura –mientras estemos juntos, mi amor, saldremos adelante.

Ella no respondió. Enterró su rostro en el pecho de su futuro esposo. Él no supo qué hacer. Estaba sorprendido que le afecte tanto lo de su despido. Le acarició el cabello y sintió que realmente la amaba y que ella también lo amaba. Abrazándola, mirando a su alrededor, se dio cuenta que su novia era desordenada. Sobre la mesa del comedor había varios papeles a la deriva, sobre el televisor una taza de café vacía con un sobre de galleta metido en ésta. Y llamando la atención, sobre el sofá de la sala, un vestido rojo reposaba arrugado y con una enorme mancha que de seguro había que lavar con mucha conciencia para que desaparezca completamente.