martes, febrero 01, 2005

PLAYA


dedicado a Francisco Falcón

El viaje hasta la playa La Herradura en el auto azul de Nicolás les tomó treinta minutos. Antes habían hecho una colecta para comprar gasolina, todos dieron 3 soles pero el viejo Triumph del 62 no quería arrancar. Lo empujaron para encenderlo en la segunda velocidad, le echaron un chorrito de gasolina al carburador, le dijeron cosas bonitas y nada. En un desesperado acto de impotencia le mentaron la madre y lo patearon y el viejo motor recién se decidió a funcionar.


Cuando se cerraron las puertas y las ruedas comenzaron a girar Nicolás pensó para si mismo que la discusión no tardaría en llegar. Él iba al volante, el asiento trasero lo compartían César y Jorge. Al lado del conductor iba Geampierre.

Avanzaban por el Paseo de la República, descendiendo hacia la Vía Expresa.

Geampierre quizo romper el hielo de aquella mañana.

-Acabo de leer "El Angel Negro" de Antonio Tabucchi- dijo - es un libro de relatos extraordinario. He descubierto historias alucinantes y muy bien escritas.

Nadie contestó, el interior del vehículo siguió en silencio. "Estoy hablando solo" pensó, "como siempre".

Nicolás dobló una curva y al entrar a la autopista de la Vía Expresa aceleró. La aguja del velocímetro dejó atrás el número cincuenta y lentamente subió hasta detenerse al borde del ochenta.

- El sábado hay una fiesta con hartas tramposas- dijo César- es en la casa de Paco, así que ya saben.

"Hartas tramposas", pensó Geampierre para si mismo, "sólo piensa en eso". Sus labios se estiraron y dejaron al descubierto una sonrisa burlona. César lo advirtió.

-¿De qué te ríes grandazo?

- De algo que me dio risa obviamente- contestó Geampierre.

- ¡Ya van a empezar por la putamadre - Nicolás quiso evitar la inminente discusión.

-Lo que pasa es que este huevón está envidioso porque no se levanta ni un cabro. Hace un culo de tiempo que no remoja la huasamandrapa y eso lo está volviendo loco.- César contraatacaba- Ya te dije, si quieres un culito, mira y aprende del maestro. Mucho libro te ha convertido en ratón de biblioteca...

-A mi, tu filosofía de playboy me llega al pincho- contestó el grandazo- ¿Tu crees que yo voy a dedicar mi tiempo a coleccionar mujeres? Eso es para los que tienen la cabeza sólo como adorno y no piensan en otras cosas más trascendentes.

- ¡Cállense carajo!- intervino Nicolás.

Un auto rojo se cruzó temerariamente invadiendo el carril por donde ellos iban. Las llantas chillaron estruendosamente con el freno seco del Triumph. La pista quedó marcada por los neumáticos, como cuatro gusanos que se enroscan entre si. El auto rojo no se detuvo, en unos segundos desapareció de sus vistas.

-¡Conchadetumadre! - le gritó César. Demasiado tarde, jamás le hubieran oído.

Una vez que el auto se detuvo completamente, durante unos segundos se quedaron mirándose unos a otros, sólo se oía el motor. El rosario que colgaba del espejo se movía como un columpio de un lado a otro, Luego, cuando el auto volvió a andar, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, nadie dijo nada y la discusión desapareció.

Los recibió un espléndido sol, cielo azul y mucha gente. Nicolás bajó del auto con una toalla celeste en el cuello. Algunos muchachos caminaban descalzos desde la playa hasta los restaurantes que están cruzando la pista en busca de algunas cervezas. El asfalto recalentado los obligaba a correr hasta refugiarse en alguna sombra que les diera alivio a sus pies, para luego continuar su recorrido; otros llevaban en la mano una bolsa con agua que se echaban a los pies cuando la quemazón apremiaba. Jorge se desvistió en la puerta del Triumph, usándolo como vestidor y arrojó al asiento trasero su polo en cuyo pecho había un dibujo de la clásica lengua de Los Rollings Stones. Con unos binoculares, unas señoras observaban, desde el balcón del hotel Las Gaviotas, hacia el cerro aledaño donde parecían leer algunas inscripciones hechas con piedras blancas. César ocultaba sus ojos en unos lentes oscuros, a través de los cuales miraba imperturbable alguna presa. Geampierre, el más alto del grupo, era el único que usaba sandalias.

-Vamos a ubicarnos allá- dijo César señalando el centro de la playa, la zona más atestada de gente.

-No jodas, modelo. Éste es nuestro sitio y acá nos quedamos- dijo Geampierre

-Si pero acá no hay hembritas- dijo Jorge- en cambio más adelante están esas cuatro chicas con pinta de ruquitas.

-Pero nosotros vinimos al mar a bañarnos, no a hacer vida social- dijo el grandazo.

Una breve discusión acabó con un acuerdo mayoritario: si César lograba iniciar conversación con las chicas, todos lo seguirían. De otra forma, se quedaban donde sugirió Geampierre. Sin embargo el modelo tenía todas las de ganar. Era un especialista, conocía todas las estrategias para acercarse a las mujeres. Se puso de pie y avanzó decidido hacia ellas. Sabía que un cruce de miradas era suficiente para cantar victoria. Una de ellas se topó con sus ojos y el muchacho le sonrió.

-Este compadre si domina su cuento- dijo Nicolás.

-No pasa nada con ese chibolo- repuso el grandazo.

Su expresión muestra fastidio. No comparte el acuerdo asumido por la mayoría, fue el único que votó por quedarse en aquel sitio. Además sabía que el modelo era efectivo para esas lides. Súbitamente su rostro se ilumina, acababa de recordar algo. Introduce su mano derecha debajo de su ropa de baño, escudriña cuidadosamente, revisa entre sus testículos y luego su rostro dibuja una enorme sonrisa cuando siente el troncho entre sus dedos, que se había arrimado debajo de su ingle. Lo observa, está bien prensado, gira su cabeza y analiza el entorno: no hay nadie alrededor, el grupo de personas más cercano está a unos diez metros y es una familia absorta en sus propia cosas, destapando sus latas de cerveza. Además, ya lo había hecho antes, fumar un bate con el peligro al acecho es más sabroso. Lo coloca en sus labios, hace aparecer un encendedor, su pulgar raspa la piedra y surge una pequeña lengua de fuego.

Un soplido la extingue.

-¿Estás loco? - le increpa Jorge.- ¿Quieres fumarte un troncho aquí mismo?

Geampierre hace oídos sordos, ni lo mira, sin decir nada vuelve a intentarlo; esta vez, la mano de Nicolás lo detiene.

-No te aloques amigo, esperemos el momento preciso. Todos queremos darnos unos toques, pero en su momento y en su lugar. Además, el modelo parece haber tenido éxito.

Efectivamente, César estaba ya junto a las chicas, conversaba con ellas y de pronto los señaló con el brazo. Jorge y Nicolás saludaron con la mano, ellas contestaron el saludo de la misma forma y por el guiño de ojo que les hizo su amigo supieron que debían acercarse. Sólo fueron Jorge y Nicolás. Geampierre se quedó en su sitio. "Él está enfermo de amor por eso lo dejamos ahí, para que recapacite", dijo César. Todos celebraron la ocurrencia y los amigos sabían que iban por buen camino. Cuando Nicolás recogió agua en una bolsa plástica para aventurarse a cruzar la pista e ir al restaurante por unas cervezas, hubo algarabía entre los nuevos amigos.

Unos metros más allá Geampierre por fin se sintió tranquilo. No le importó quedarse solo. "Ahora ya nadie jode", piensa. Prendió el troncho y dio una gran pitada hasta sentir que el humo inundaba sus pulmones y tuvo la sensación de que iban a reventar. Contuvo el humo lo más que pudo y luego estalló en un violento ataque de tos. Y poco a poco se fue sumergiendo de lleno a lo que el llamaba "los pensamientos elevados y fascinantes que se alcanzan sólo con una buena yerba”. Una máxima que al expresarla le había traído más de una discusión. Pero él era así. Siempre dijo lo que pensaba, nunca había dudado en exponer a viva voz sus radicales criterios que a más de uno horrorizaron alguna vez. Descabellados argumentos afloraban de sus labios en las reñidas discusiones que mantenía con sus amigos, familiares y profesores. Sin embargo, hasta hace poco, nunca había cuestionado a sus actuales compañeros de aventuras. A veces tenía la aflicción de vivir una diplomática hipocresía. ¿Por qué eran sus amigos? Es la pregunta que siempre lo asaltaba. Una pregunta que al darle más vueltas, menos respuestas parecía encontrarle. César era el sujeto más frívolo y tonto que había conocido, un ególatra cuya única preocupación era aumentar el número de mujeres con las que se había acostado. Hizo una mueca y sonrió cuando recordó la vez que conversaba con Nicolás sobre el reciente descubrimiento de la momia del Señor de Sipán. Era inevitable que César se quedara callado y para cagarla con todos los honores dijo "¿Señor de Sipán? Carajo, de religión yo no entiendo ni mierda".

- Yo conozco algunos productores de televisión- dijo César captando la atención de las chicas- me dijeron que para la próxima semana hay una fiesta en la casa de uno de ellos y si quieren podemos ir.

Jorge siempre le había parecido un títere. En el fondo admiraba a César y a la menor oportunidad imitaba su comportamiento seductor frente a las chicas, pero no era más que una burda copia. Mentía con descaro y contaba historias increíbles que sólo él se creía. Nadie le hacía caso, pero él parecía no darse cuenta.

- Sí, en serio, el productor es mi tío. A veces voy a ver las grabaciones- dijo Jorge- si quieren hablo con él para que les haga un casting.


Con Nicolás fueron los mejores amigos desde pequeños, se conocieron en el parque de su casa, cuando los dos eran mataperros, en la parte terrosa del parque y que tiempo después se convirtió en el ring oficial de las broncas del barrio. Era el rey de las ironías, siempre tenía la frase precisa para hacer reír con su humor muy agudo. Pero ahora lo sentía muy distante, parecía que ya no era el mismo de antes, o tal vez él era quien había cambiado. Ya no lo sabía.

-Yo soy estilista- dijo Nicolás, con tono sarcástico- trabajo en mi peluquería y me va regio.

Geampierre se había echado boca arriba y las manos se las había colocado sobre la frente, para que los rayos solares no lastimen sus ojos. Estaba elucubrando sus fantásticas teorías, cuando sintió que alguien se detuvo a su lado, justo entre su cuerpo y el sol, interrumpiendo el bronceado de su piel. Era un muchacho que lo miraba fijamente; su cabello era largo y de color rojo, un extraño collar colgaba de su cuello.

-¿Y, tú?- preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Era un surfer y lo miraba con timidez. Geampierre tenía poca paciencia

-¿Quieres algo, chiquillo?

-Disculpa, te he estado observando desde hace rato y....

-¿Y?

-¿Tienes un poco de yerba?

El grandazo, sonriendo, le contestó con otra pregunta:

-¿Tienes papel para rolear?

Pronto, dos hábiles y expertos dedos le daban forma al rizla y a la marihuana. Cuando le pasó el troncho prendido al tablista, tuvo la sensación de estar frente a un ángel. Lo observó aspirar el humo con delicadeza, retenerlo unos segundos y luego soltarlo. Repitió esa operación varias veces antes de enterrar en la arena la diminuta colilla. Cuando le preguntó sobre él, apenas habló. Se llamaba Salvador y vivía en Miraflores y no tenía muchos amigos. Luego de su breve exposición, se puso de pie y se perdió con su tabla bajo el brazo.

El sol calentaba y Geampierre sentía los rayos del sol como un ladrillo sobre su cabeza y no pudo resistirse a la tentación de darse un chapuzón. Nadando a ritmo pausado se sumergió en las aguas de la Herradura. Al estar detrás de donde revientan las olas cerró los ojos y comenzó a flotar boca arriba, con el vaivén de la marea. Disfrutaba estar ahí, sintiendo en su cuerpo las frías caricias del mar. No había preocupaciones, en el océano todo era paz y relajo. "Que delicia flotar en el agua con dos bates en la cabeza. César y los otros huevones que se vayan a la mierda" pensaba, cuando sintió un tirón en la pantorrilla derecha. Se incorpora y espera unos instantes en vano, el dolor no lo abandona, divisa la orilla muy distante, no distingue a sus amigos, la gente desde ahí se ve diminuta. “Un calambre por la putamadre”, piensa asustado. Trata de controlar el miedo e intenta nadar, pero luego de unas cuantas brazadas se da cuenta que está en serios problemas, no sólo le cuesta mantenerse a flote, sino el mar ha crecido y está jalando.


-Chicas, ¿Qué les parece si jugamos a la botella borracha?- dijo Nicolás, recogiendo uno de los siete envases de cerveza que descansaban en la arena, envases que minutos antes ellos habían vaciado.


Cuando Geampierre se frota la pantorrilla lesionada, una enorme ola en formación lo levanta y baja como a un muñeco, lo revuelca y traga más agua. Cuando decide gritar advierte su soledad, está muy metido y no hay nadie a su alrededor. El miedo y la angustia se van apoderando de él.


-¿Estás loco? Nosotras no hacemos ese tipo de juegos- dijo Melany, una de las chicas, sacando la botella del centro del círculo que el grupo había formado.


Sus brazos le duelen, su pierna acalambrada ni la siente, respira por la boca y traga más agua, tiene una extraña sensación de ver muchas cosas ya vividas, rápidas, como flashes, lo inunda una vorágine de rostros y sentimientos. Piensa en su madre, cómo reaccionaría al enterarse de su muerte, podría hasta darle un infarto; en la chilena, lesbiana y hermosa cuando sepa que allá en el Perú se le murió un ex amante al cual sometió a sus instintos fetichistas. "Voy a morir ahogado, qué locura, por Dios, voy a morir ahogado".

-No tiene nada de malo. Además ustedes no tienen la apariencia de ser unas chicas aburridas- dijo César, volviendo a colocar la botella en el centro del grupo- ¿Son aburridas o divertidas?


De pronto, su angustia ya no es tan desesperante, se transforma en un suave sopor, lo absorbe un dulce sosiego, ya no lucha y se deja llevar, las imágenes lo siguen asaltando. Siente que pierde peso, una paz aparente lo invita a rendirse... ¡Pero no se da por vencido!, algo dentro suyo se rebela a aceptar tan pasivamente aquel triste final. Intenta sobreponerse, busca un segundo aire, vuelven a él las fuerzas perdidas, el miedo a la muerte, las ganas locas de vivir.


-Yo soy una chica divertida, yo sí juego.- dijo Milagros sonriendo coquetamente y con los ojos ligeramente brillosos por el alcohol.


"¡Espera, ahí voy!", oye que le gritan, hace un esfuerzo por ver de dónde viene esa voz, en su nublada visión descubre una silueta que se aproxima y atraviesa las aguas hacia él. Siente que lo ayudan a colocarse sobre una superficie liza, ahí descansa con los ojos cerrados. Cuando los abre, no sabe cuánto tiempo ha pasado, se encuentra sobre una tabla hawaiana y con la mirada de Salvador, el muchacho que había conocido gracias al tronchito.


-Yo también juego- dijo Paola.


"Tienes que salir sólo, yo no te puedo acompañar hasta la orilla, el mar está muy picado e intentar salir con esta tabla es un suicidio", le dice el tablista enérgico y alterado. "Sólo no puedo salir, por favor, no llego a la orilla, no tengo fuerzas", replica el grandazo, presa de un ataque de nervios. "Entonces te jodes y acá te mueres, nada o te vas a la mierda, ya me cansé de mantenerte a flote", responde furioso el improvisado salvavidas. También estaba cansado y era verdad lo que decía. Mientras Geampierre descansaba, él estaba nadando. Trata de empujarlo de la tabla pero Geampierre se resiste; Salvador le lanza un puñete desesperado en el rostro y lo hace reaccionar. "¡Si ahora mismo no sales nadando, te jodes tú y me jodo yo! ¡Tu puedes mierda, nada como puedas, con todo lo que tengas, si no te mueres huevón, te mueres.


César hace girar la botella, y cuando se detiene la base lo señala a él y el pico a Paola.

-Yo mando.- dice, y se frota las manos.


La energía de Salvador lo contagia y se decide, tiene la certeza de que no puede fallar, tiene muchas cosas pendientes en esta vida, abandona la tabla y comienza a nadar de manera ortodoxa. Con dos brazos y una pierna, tragando agua y soportando los dolores Geampierre lucha contra el mar.


Ahora ya nadie habla. Las manos de César recorren las caderas de Paola y por momentos, con mucha maña, las subía hasta sentir sus senos redonditos y duritos salpicados con deliciosas pequitas marrones de todas las formas y tamaños. Su lengua busca y se escurre entre sus labios, sus encías, su paladar, hasta encontrar la escurridiza y húmeda lengua que ella tiene ahora, correspondiendo a la suya e introduciendo en su boca.


Geampierre se da ánimos. El agua salpica desordenadamente con cada brazada, respira con desesperación y solo patea con la pierna buena. Sus amigos le parecieron estúpidos, tratando de seducir niñas como si eso fuese el fin supremo de sus vidas. "Llegarán al barrio y se lo contarán a todo el mundo. Tomarán cerveza y se reirán y César se pavoneará diciendo que se agarró a la más rica y el idiota de Jorge dirá que yo soy un cagado y me estoy volviendo cabro porque me corro de las mujeres. Nicolás como siempre me defenderá y ellos le dirán que parece mi marido porque me defiende tanto, y él les responderá porque me conoce desde hace tiempo.


-¿Te puedo besar Melany?- pregunta Jorge al ver que sus compañeros ya tienen a sus presas y se han olvidado de él.

-Si quieres- responde ella.


Nada tranquilo, sin desesperarse, guardando fuerzas. Divisa con optimismo la cercanía de la orilla. Ahora que se sabe seguro, piensa en lo primero que hará cuando salga de ésta. Irá donde César y sin decirle más le sacará la conchesumadre, porque es algo que debió hacerlo mucho antes y esta experiencia con la muerte le había enseñado que las cosas hay que hacerlas y no esperar. No vaya a ser que se muera sin haberle cruzado la cara a ese imbécil aunque sea una sola vez. Y si Jorge o Nicolás se meten, también los revienta. Pero lo más importante era que ahora ya no sentía tan grave la carta de la chilena. Es más, hasta se decidió a contestarla.

Ahora bromeaban y bebían más cerveza. Las parejas recién estrenadas se abrazaban y se besaban. El tufillo a alcohol se había apoderado de todos.

- ¿Y dónde está el grandazo?- dijo, de pronto, una de las voces.

- Parece que ya se fue, ¿O se habrá ahogado?- dijo otra voz.

Todos rieron tomando el comentario a la broma. Siguieron bebiendo.
Lima, 1999