jueves, julio 14, 2005

K A F K A: el escarabajo más triste del mundo

Cuando leí "El Proceso" de Franz Kafka (Praga 1883- Viena 1924) no me detuve hasta terminar de leer su trilogía más mentada, incluyendo "El Castillo" y "América". Inclusive releí "La Metamorfosis" su novela más famosa, pero no necesariamente la mejor.

Kafka, dentro de su marea narrativa, es contundente y genial. Recurre a las descripciones acuciosas y detalladas para llevar al extremo situaciones en un comienzo "normales" hasta convertirlas en el absurdo total. Lo que parece una escena común y corriente se va transformando al disparate, gracias a una serie de sucesos posibles y lógicos, que maliciosamente concatenados dan como resultado caricaturas de la sociedad y su sistema.

Es sorprendente la precisión con la describe los detalles más insignificantes (aparentemente) de las situaciones que narra en sus historias. El lector queda abrumado ante el bombardeo de detalles que desfilan ante sus ojos y pues queda hipnotizado y creyéndose a pie juntillas todo lo que lee. Leyendo a Kafka lo imposible se hace verídico ante nuestros ojos.

El escritor checo veía lo extraordinario donde el resto veía lo cotidiano. Ahí, me parece, radicaba su talento y también su sufrimiento. Él sobrevivía escribiendo febrilmente, desgarrándose hasta el extremo, soportando el dolor de su existencia insatisfecha.

Para corroborarlo incluyo un fragmento de su diario personal:

“El deseo de representar mi fantástica vida interior ha desplazado todo lo demás. Ninguna otra cosa podría conformarme” (...) “El mundo prodigioso que tengo en la cabeza. Pero, cómo liberarlo y liberarme sin destrozarme? Y sin embargo, preferiría mil veces destrozarme antes que retenerme”.

Escribir le duele, pero también es la única manera que tiene para seguir viviendo. La literatura era el cáncer que lo consumía y también la medicina que lo mantenía vivo.

Es difícil saber si escribía para vivir o vivía para escribir

Cuando murió -muy joven, a causa de una tuberculosis inclemente- sólo había publicado "La Metamorfósis" y el escritor por algún motivo no quiso que el resto de sus escritos fuesen leídos por nadie. En su lecho de muerte le pidió a su mejor amigo, Max Brod, que destruya e incinere todos sus trabajos (una montaña de papeles manuscritos, borroneados y desordenados) y que se asegure que no llegue a manos de nadie. Cuando Max leyó los papeles antes de quemarlos, se dio cuenta que estaba frente a una de las obras más contundentes de la literatura mundial. Por suerte, Max desobedeció a su amigo y no destruyó los manuscritos. Gracias a su deslealtad, la obra de Kafka vio la luz de la imprenta.

Franz era un simple empleado de una compañía de seguros, alfeñique, anónimo y atormentado en aquella ciudad de Praga que lo vio crecer. Enfermizo y solitario, arrastraba los traumas que le dejó la pésima relación que tuvo con su padre que tenía el pasatiempo de golpearlo con una correa gruesa que el propio Franz recuerda con terror en uno de sus escritos: “Carta al Padre”.

El alfeñique de pelo engominado, que se petrificaba ante las mujeres y detestaba los deportes, tuvo una vena irónica insuperable que enriqueció sus novelas hasta darles un sentido absoluto y totalitario. Tanto así, que no sólo los literatos recurren a sus obras, sino también sociólogos, psicólogos, antropólogos. Es más, Kafka ha sobrepasado el lenguaje mismo, subvirtiéndolo a su visión propia del mundo. Cada vez es más común encontrar el adjetivo kafkiano en los tratados filosóficos y literarios cuando se hace referencia a situaciones absurdas e imposibles. Tanto así, que las academias de la lengua de muchos idiomas se han rendido ante esa nueva palabra y la han incluido en sus diccionarios.

Palabra que se desprende del apellido del escritor más sufrido, triste y descomunalmente genial de la literatura moderna.

ANEXOS:

Estos datos los encontré en diversos lugares y creo que vale la pena compartirlos:

Su novia Milena escribió sobre él, lo siguiente:

“Todos nosotros tenemos, al menos en apariencia, un refugio en y con el cual protegernos. Sea una mentira, sea el pesimismo, sea el optimismo, sea una convicción, o cualquier otra cosa. Pero él (Kafka), no tiene refugio alguno. Vive en el mayor desamparo. Es tan incapaz de mentir como de emborracharse. Su ascetismo no tiene nada de heroico, lo que lo hace más grande y elevado. Todo heroísmo es cobardía y mentira. No es un hombre que usa su ascetismo como un medio para un fin. No, es un hombre al que su terrible clarividencia, su pureza y su rechazo de toda impostura lo llevan al ascetismo”.


Ahora quiero compartir un cuento breve que es una obra maestra y a la vez un testimonio desgarrador : El buitre; la traducción es de Borges.

“Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado las botas y las medias, y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo. Volaba en círculos inquietos alrededor, y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato, y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

- Estoy indefenso -le dije-, vino y comenzó a picotearme. Yo quise espantarlo, y hasta pensé en torcerle el pescuezo. Pero estos animales son muy fuertes, y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies, que ahora están casi hechos pedazos.

- No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y se acabó el buitre.

- Le parece? -Pregunté-, quiere encargarse usted del asunto?

- Encantado -dijo el señor-; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, puede usted esperar media hora más?

- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí-: Por favor, pruebe de todos modos.

- Bueno -dijo el señor-, voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora ví que lo había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba”.

(gracias señor K. Agradezco que su talento y su inconformidad hayan confluido al servicio de la literatura. Muchos de sus lectores hemos aprendido a sobrevivir en el absurdo de este mundo, gracias a sus geniales escritos).