lunes, octubre 24, 2005

lA hiStoRia Del dEsAmor

Tengo ganas de escribir ahora. Lo hago con furia y desamor indescriptibles. Me siento sólido como una roca y tengo las mismas emociones que una piedra: ninguna. Tu cercanía y tu distancia poco me importan realmente. Eso significa que he dejado de quererte. Pero en lugar de angustiarme o asustarme por ese nuevo estado en el que me encuentro, decidí observarlo como si fuera un espectáculo. Me detengo y analizo como un científico –es decir, sin involucrar sentimientos- los mecanismos que constituyen mi lógica emocional. En resumidas cuentas, escudriñé mis emociones con el desparpajo propio de un investigador frente al cuerpo de un conejillo de indias.

Y las primeras conclusiones fueron que te estabas convirtiendo en nada. Has dejado de ser un tema importante para mí. Ya no me puedes causar ni alegrías ni tristezas. Eres un punto gris, inodoro, prescindible. Eres una imagen gaseosa que se disuelve ante mis ojos.

Procedo entonces a contarte lo que hice ayer luego de despedirnos.

Eran las once de la noche cuando salí de tu casa. Ni bien cerrada tu puerta sonó mi teléfono. Era Miranda. (Las coincidencias suelen aparecer en los momentos vitales, son los corolarios que convierten a las hipótesis en tesis. Supongo entonces que esa llamada no fue una coincidencia, sino una señal que adrede me envió el destino). Me propuso vernos y no dudé un instante en aceptar su invitación (¿entiendes? no dudé un sólo instante). Nos encontramos a la una de la madrugada en un oscuro bar de Lince. Yo llegué unos minutos antes. Pedí una cerveza, encendí un cigarrillo y me entretuve mirando las bocanadas de humo que arrojaba, observando a las personas sentadas en las mesas vecinas. Poco después, apareció Miranda. Vestía un pantalón de cuadrados rojos y azules, una chompa verde y su cuello estaba envuelto con una chalina anaranjada.

A ella no le gusta la cerveza, a ella le gusta el ron. Ordenamos, entonces, dos cuba libre. Hablamos de boxeadores y de escritores. De las veloces manos de Cassius Clay, de la potencia de Ringo Bonavena (un argentino más resistente que un camión), la bravura de Jack la Motta y de la extraordinaria película que Scorsese hizo sobre su vida. También hablamos de los otros, de aquellos que les gusta escribir y no pelear. Todos los que se dedican escribir han sido lornas en el colegio, me decía Miranda. Hablamos de Baudelaire, de Dickens, de Sábato y de Monterroso. Y finalmente hablamos sobre tus estúpidas teorías de la vida. Reímos y nos burlamos de ti (sí, nos burlamos de ti y no me sentí mal por ello, ¿Entiendes? No me sentí mal por ello).

Pedimos más cubas libres. En algún momento de la noche, Miranda abrió su bolso y me alcanzó un papel arrugado. Léelo me dijo.


Era un poema que ella había escrito.



¿Quién ensombrece el día?

Las manos hermosas de un hombre
Manos que azotan, vilipendian, laceran
El amor inocente que vive en un corazón diáfano

Sueles ser muchas cosas:
La sonrisa de un cadáver
Una metáfora que me penetra y me hace temblar
El miedo más frío anidado en el alma


Eres un beso al viento
Una historia que dilata las pupilas
La feliz confluencia de la ternura y la pendejada
Eres eres eres

Mi pensamiento mañana tarde y noche.

En resumidas cuentas
No sé quien eres (pero me gustaría averiguarlo).



No me pareció un gran poema. Era muy elemental por decir lo menos. Sin embargo, lo que dijo después cambió todo.

“Ese poema es para ti”.

Es sorprendente cómo la contundencia de una frase te puede noquear tal como ocurre con los boxeadores.

Antes de besar la lona, pude ver en sus ojos el fugaz arrepentimiento de haber dicho lo que dijo.

Y sentí por esa mujer algo que jamás había conocido en mi vida. Siempre supiste que yo era un experimentador. Que no podía detenerme ante la tentación por descubrir algo nuevo. Y que yo soy mi principal herramienta de investigación. Y el tema de mi investigación ha sido siempre el mismo: explorar todas las emociones que es capaz de experimentar el ser humano. Y lo que sentí por Miranda se manifestó casi con una convulsión. Agregué un dato maravilloso a la tesis de mi vida. Y no dudé un solo instante en lanzarme sobre ella y besarla profundamente y frotar su blando y juvenil cuerpo contra el mío (¿entiendes? No dudé un solo instante, ni tuve cargo de conciencia).

¡Ah!, que sensación tan extraordinaria. Era volver a vivir, era renacer; era maravilloso simplemente.

Lo que viene de aquí en adelante ya no lo recuerdo como debe ser. Después de besarnos, el tiempo y el orden de las cosas dejaron de tener sentido para mi. Recuerdo más cubas libres y un vaso roto. La cara del mozo y Miranda riéndose sin control. Viene a mi mente la imagen de una avenida desierta, una puerta y unas escaleras alfombradas de color rojo y el número 202 cuyo color dorado resaltaba sobre la puerta negra. No recuerdo las sábanas, tampoco si nos bañamos o no. Pero inolvidable se hizo su aliento tibio contra mi rostro, su saliva inundando mi boca, la sombra de su cuerpo dominando la escena mientras me cabalgaba, su cabello frondoso alborotándose en un vaivén acompasado. Y por supuesto su olor. Ese hedor tibio que le brota naturalmente. Ese olor espontáneo y sincero que terminó por embriagarme en un éxtasis de placer descomunal, el mismo que saca de sus casillas al animal sexual que tengo adentro. He aullado, he gritado, he suplicado, la he golpeado y me ha golpeado (y ahora que lo recuerdo, no dudé un instante en hacer todo eso que hice, ¿entiendes? No dudé un segundo)

No eres más que un cadáver entre tantos muertos, no eres más que un dato para la tesis, no eres más que un recuerdo sedimentándose en el fondo de mi memoria.

No sé bien cuando lo escribí. Pero en la mañana siguiente ya estaba sobre la mesa de la habitación. Debió haber sido cuando la borrachera estaba en su pico más alto. Lo había escrito en el reverso de un afiche con la publicidad del hotel. Era un poema que había trazado con una caligrafía que delata los temblores de la borrachera.


El río

El río discurre su rumbo consabido
Sus aguas avanzan decididas de norte a sur
Y sobre su corriente
Flotan hojas papeles desperdicios
Pero las piedras que yacen al fondo
Pesan demasiado y no se mueven.

Es por eso que
Cuando de cambios en la vida se trata
No debemos dudar un sólo instante.