jueves, mayo 13, 2004

Treinta centímetros hacen la diferencia

Ainased hubiera sido la mujer perfecta. Pero tenía que ser distinta, en ese asunto precisamente, para echarlo todo a perder. Quizá deba empezar por mencionar a groso modo algunas de sus demasiadas virtudes. La más importante de todas era su inteligencia y carisma que proyectaba en cada cosa que hacía. Sabía desenvolverse bien frente a mi familia; inclusive mi madre, quien jamás aprobaba ninguna novia mía, cayó rendida frente a su gracia e inteligencia. No sólo eso, Ainased también era tolerante conmigo. Nunca se quejaba de mis amistades, que muchas veces eran diametralmente opuestas a su forma de ser y pensar. Estoy seguro que a pesar de no gustarle las reuniones con mis amigos achorados de mi ex barrio pobre, sabía manejarse con gracia y por supuesto, con inteligencia. En medio de esos chistes estúpidos que suelen dispararse luego de un partido de fulbito, en medio de varias botellas de cerveza vacías, siempre supo salir airosa y ser al mismo tiempo la señorita generosa que acompañaba a su novio con sus amigos, y también la chica bacán que terminaba ganándose el aprecio de los pelafustanes.

Cocinaba rico. Pollo al siyau, Carapulca chinchana, Ceviche norteño; Ainased no los preparaba, los creaba. Porque era diferente al resto y sus preparados tenían variantes de las recetas tradicionales, cuyos platillos resultantes eran de chuparse los dedos. Cada vez que organizábamos alguna cena, era común ver a los hombres pidiendo repetición y a las mujeres copiando las recetas, que ella les dictaba con absoluta generosidad. Me encantaba verla cocinar mientras tarareaba canciones antiguas, picando la cebollita con mucho arte, trozando el pollito con esmero, y sazonando los aderezos con infinito amor.

Solíamos coincidir maravillosamente. Desde el nombre que le pondríamos a nuestros hijos, hasta la posición perfecta de su cuerpo para fusionarlo contra el mío cuando nos amábamos. Así, de ladito, muslo contra muslo, boca contra boca, sexo contra sexo. Despedía su cuerpo un aroma natural de voluptuosidad y su temperatura era la ideal para cobijarse del frío por las noches. Sus dimensiones eran las que yo necesitaba para protegerle, para de un sólo abrazo, envolverla toda.

Oh Ainased! Qué nombre tan raro te pusieron. ¿Es ruso? ¿Es croata?, le preguntaba. Malvado, te estás burlando, me acusaba. Y yo me molestaba pensando cómo podía concebir ella que fuese capaz de hacerle eso.

Pero como todo en la vida, tenía un defecto. Y ese defecto era la cruz que jamás logré quitar de mis hombros. Es sólo un comentario, había dicho Jorge, no te hagas tantos dramas. Pero estoy seguro que no hubiera dicho lo mismo si él estuviese en mis zapatos. Hay cosas que un hombre no puede soportar. Un principio de dignidad que ni la mente más abierta y moderna y antimachista puede tolerar.


¿Por qué no pudo ser como las demás novias idiotas de mis amigos? En ese aspecto, al menos, hubiera preferido que no sea tan distinta, porque Ainased siempre fue diferente a todas.Recuerdo que en la oficina, a pesar del capricho de los jefes de vestir a todas las chicas con el mismo uniforme y con el mismo peinado cola de caballo con listón blanco, Ainased se veía distinta al resto. Tenía su no sé qué, como un resplandor interno que traspasaba su dermis y brotaba por sus poros. Pero en ese asunto específico, hubiera dado un brazo porque fuera como las demás.

Ainased abarcaba todos los aspectos de mi vida, por eso todos mis amigos supieron de nuestra separación. Aunque para algunos fue un acto de justicia porque creían que con tanta maldad en el mundo, no era posible que yo viva en esa abundante felicidad. Felicidad que ellos no tenían y puede que en el fondo hasta envidiaban. Sí, porque ellos y también ellas, le preguntaban adrede y con mala intención una y otra vez quién era su actor favorito del cine, sabiendo que ella respondería siempre con la misma lujuriosa inocencia que su actor favorito no era ni Tom Cruise, ni Brad Pitt, sino Rocco Sigfredi. Sí, el actor italiano superestrella de películas pornográficas gracias a su famoso pene de 30 centímetros (era el pene más famoso del mundo, según una encuesta en los circuitos de la industria porno). Y Ainased, repetía su nombre una y mil veces.

Todas las novias tontas de mis amigos decían que su sueño hecho realidad sería grabar alguna película siendo coprotagonista de su estrella favorita en alguna película romántica. Ainased también decía que su sueño sería rodar un filme con el Rocco ése. Sólo que en esa película, los argumentos y los diálogos poca importancia tendrían. Mi novia era tan diferente al resto que sus películas favoritas no eran, ni "Casablanca", ni "Titanic; sino las de viajes como "Rocco se jamonea en Brasil" y otras religiosas como "Rocco y las monjitas de clausura".

Ella me toleró casi todo, pero jamás permitió que yo le prohíba eso. Quería que todo el mundo sepa que Rocco Sigfredi era su amor platónico y no perdía oportunidad alguna de proclamarlo a los cuatro vientos. La verdad es que Ainased disfrutaba tanto como quienes la escuchaban, cada vez que hablaba de Rocco y sus proezas.

Hace mucho que no veo a Ainased. Extraño a horrores todo en ella, desde su risa torcida hasta su modo de anudarse los zapatos. No sería difícil encontrarla. Sólo debo comprar un periódico y revisar la cartelera de las funciones cinematográficas. La imagino saliendo de esos cines insalubres, con un gorrito de lana negro y su casaca ancha con el cierre hasta arriba.Las manos en los bolsillos. Caminando entre tantos hombres excitados, solucionando todo con su inteligencia y carisma. La misma que le permite salir del mismo infierno, sin chamuscarse siquiera.