lunes, junio 07, 2004

EL PARQUE

El parque que está cerca de mi trabajo y al que voy a sentarme todos los días aprovechando el horario de refrigerio es muy particular por un hecho que no puedo contar sin comprometer a otras personas. Para los que dudan de mis argumentos les digo que también existen otros motivos para considerarlo diferente. Y ese aspecto tiene que ver con alguna casualidad superior que hizo de los días de la semana la guía de conducta del parque. Entonces todo se rige por una regla cíclica: lo que ocurre un lunes ocurre todos los lunes de todas las semanas. Igual sucede con los martes y también con los miércoles. Y así con todos los días de la semana. Ahora quiero referirme especificamente al día lunes, que como ya dije, se repite como una postal todas las semanas.

Esos lunes los he llamado el día que los jardineros toman el parque. Como el domingo resulta el día más laborioso para los jardineros que trabajan en el parque, les corresponde el lunes su día de descanso. Los jardineros son cinco y son básicamente señores que bordean los 60 años, analfabetos y contratados por una municipalidad de bajos recursos con míseros sueldos que son resueltos al margen de la ley. Estos contratos son en realidad contratos fantasma; simples acuerdos de palabra que no existen para el registro laboral legal. Los jardineros que toman el parque los lunes son personas del ande, de pieles cobrizas, acostumbradas al trabajo duro y a las faenas interminables de más de 10 horas en el campo. Es por ello su presencia en un parque de la ciudad. A pesar de no ser mozalbetes, comparada con su vida de campesinos donde se enfrentaban a terrenos de cultivo gigantescos, este parque es para ellos un pequeño jardín que limpian, podan y riegan como quien se lima la uñas.

Los domingos por las noches, cuando han terminado la faena del único día que les demanda cierto sacrificio debido a la cantidad de gente que viene a jugar y también a ensuciar, se ponen de acuerdo y hacen una chanchita para comprar un traguito no sé si para celebrar sus alegrías o para sosegar sus penas; lo más probable es que sea para ambas cosas. Pero lo cierto es que lo hacen en el mismo parque que toda la semana han cuidado, comenzando su maratón alcohólica la noche del domingo con una mezcla de ron con gaseosa para terminar las mañanas del lunes tomando anisado puro. Cuando llega el mediodía, yo aparesco y es cuando los veo ya en el ocaso de su celebración. Babeantes y tambeleando sobre sus pies, sueltan frases icomprensibles a esas alturas de su borrachera. Advierto que han soportado toda la fría noche sin más abrigo que el licor y sus palabras; también descubro indicios de una noche accidentada. Los pantalones de los cinco hombres están manchados con lodo seco al igual que sus camisas. Y dos de ellos estan con los ojos morados y la boca rota, sus caras maquilladas con costras de sangre seca que de seguro les produce dolor, pero no les impide seguir bebiendo.

Cuando me pongo de pie para regresar a mi trabajo, los jardineros que toman el parque los lunes ya están durmiendo sobre el gras que ellos mismos trabajan. Roncando bajo algún arbusto a donde han llegado en un último esfuerzo antes de perder el sentido completamente, desplomándose como bultos que quedan inertes en posiciones poco ortodoxas y bastante ridículas.

Es entonces cuando los niños orejones que viven en la casa grande de rejas eléctricas sueltan a su pastor alemán y antes de doblar la esquina alcanzo a ver que los chiquillos observan muertos de risa cómo su mascota libera la presión de su vejiga sin ningún reparo, miccionando exactamente sobre los durmientes.