domingo, enero 02, 2005

la historia de amor más huachafa ( no lean esto)

UNO

El carácter de Vanesa es dulce y tan jovial que cuando estamos juntos reímos mucho y solemos pasar buenos momentos. Todo el mundo dice que hacemos una bonita pareja. Es guapa, emprendedora y al parecer, muy celosa… pero… jamás será como mi Jocelyn, la mujer que más ha significado en mi vida. Fueron inútiles todos los esfuerzos que hice por olvidarla, no poco tiempo me tomó comprender que nunca podré borrar la cicatriz que llevo en mi corazón. Compartíamos las mismas virtudes y también las mismas debilidades. Y es precisamente eso, lo más sorprendente. Encontrar, entre tanta gente, alguien que se emociona y se entristece con las mismas cosas que tú, es como encontrar un tesoro. Dicho de manera más simple: a ella la hicieron para mí. Y lo mejor, o pensándolo bien, tal vez lo peor de todo, fue que yo también estaba hecho para ella. Por eso nos amamos tanto y de forma tan intensa.

- A ti te han mandado -me decía- eres lo que siempre estuve esperando.

Yo debí decirle lo mismo muchas veces cuando nos abrazábamos y nos queríamos tanto y sentíamos que nunca nos íbamos a separar. Era extraño como en tan poco tiempo parecíamos conocernos desde siempre y éramos tan parecidos que nos asustábamos y a veces; medio en broma, medio en serio, decíamos que no era bueno que todo sea tan perfecto, que sería mejor encontrar algunas discrepancias y defectos entre nosotros para darle una apariencia más humana y menos fantástica a nuestra relación. Pero no podíamos fingir: Todo en ella me gustaba. Ella me alcanzaba la dicha y eso parecía el fin supremo de su vida.

- Es un placer hacerte feliz -me repetía.

Por eso, a pesar del tiempo, no he podido olvidarla. Aún cuando estoy junto a una chica muy bella y además buena, no puedo sentir más que incomodidad cuando cometo el terrible error de compararla con mi eterna compañera. Vanesa, está enamorada y me duele no poder corresponderle, pero no puedo engañar a mis sentimientos. He salido con ella varias veces, he dejado que me bese y hasta he correspondido artificialmente a sus caricias y abrazos pensando que es Jocelyn a quien estrecho. Hemos ido a ver películas y obras de teatro, paseamos también toda una tarde por el parque hablando sobre muchas cosas. Pero no es igual. Con Vanesa todo es dulce y tierno, pero no tiene esa dosis de locura que necesito para sentirme vivo. A pesar de ello, tengo que seguir adelante, mi vida no puede acabar y es posible que algún día me recupere de esto y llegue a ser nuevamente feliz. Hay que seguir intentando.

DOS

Hoy, Vanesa y yo cumplimos un año como enamorados y para celebrar vamos a ir a una discoteca. No recuerdo el nombre, tampoco la dirección. Sólo sé que iremos con sus amigas de la universidad a bailar y a beber moderadamente y a portarnos como chicos de familias decentes. Estoy frente a su puerta con pocas ganas de ir a celebrar y con muchas ganas de estar en mi cama. La puerta se abre y se descubre una esbelta joven con un vestido negro muy delgado que apenas llega hasta la mitad de sus muslos. Me mira, sonríe, me abraza, me besa. Yo le entrego una cadenita de oro que saco de mi cuello y tiene la inicial de su nombre. Me vuelve a abrazar, me agradece, me besa. Salimos en un taxi y pronto estábamos con todos sus amigos en la puerta de una discoteca llamada Kaos. Subimos por unas escaleras a un segundo piso donde todo estaba oscuro y sonaba una canción de Queen. Ocupamos un lugar y pronto unas jarras de cerveza estaban sobre nuestra mesa. Mi desgano había sido notorio desde un principio, así que para no arruinar la noche traté de ocultar mi aburrimiento. Bailé con Vanesa y sus amigas varias canciones sin parar. De pronto, casi sin darme cuenta, me había estado divirtiendo. No era tan malo bailar con mi chica y con sus amigas, tampoco fue desagradable conversar con sus aburridos amigos y gracias a la cerveza parecía que olvidar a Jocelyn había dejado de ser una tarea imposible. Cuando quise bailar una balada que estaba de moda, Vanesa se había ido al baño. No dudé en salir solo a la pista de baile, me paré frente al espejo y comencé a moverme. Cuando terminó la canción y me prestaba para regresar, ocurrió algo que me dejó congelado. Al fondo, entre las mesas más oscuras se ponía de pie una pareja para bailar la siguiente canción. Era un sujeto con cara de pavo y su pareja era nada menos que Jocelyn, mi Jocelyn. Y lo más sorprendente fue que la canción que empezaba a sonar era nuestra canción favorita, con la que juramos amarnos tanto y para siempre. Se acercaron por donde yo estaba y comencé a temblar. Ella no me había visto y yo sentía que el mundo se abría a mis pies cuando el infeliz la tomaba por la cintura y acercaba su rostro al de ella. Si la besa, lo mato, pensé. El punteo de la guitarra comenzaba y como por arte de magia el cara de pavo, luego de decirle algo al oído, se dio media vuelta y se fue con dirección al baño. Ella, un poco confundida se quedó parada en medio de la pista de baile. Me acerqué sin dudar un instante.

- Esa canción sólo la debes bailar conmigo -le dije, abordándola de pronto.

Casi se muere. Miró a todas partes y parecía no creer lo que estaba ocurriendo. Mis manos se posaron sobre sus hombros y ella se estremeció tanto como yo. Fue alucinante cuando nuestros cuerpos se juntaron y volví a sentir de golpe, como lava que rebalsa un volcán, todas las sensaciones que jamás pensé volver a tener. Bailamos y mientras cogía su cintura, ella se colgaba de mi cuello. Bastaron unos segundos abrazados escuchando nuestra canción para que volvamos a ser todo eso que éramos antes y nunca debimos dejar de ser. Porque fuimos todo en realidad. Jocelyn era la mujer a quien yo amaba, la amiga que escucha cuando tienes ganas de mandar todo a la mierda, la amante furtiva dueña de mis más oscuras lujurias, la cómplice perfecta para perpetrar alguna fechoría, la mamá osa que te abriga cuando tienes frío y también la niña indefensa a quien debía cuidar.

-¿Cómo llegaste aquí? – me decía, con su mejilla pegada a mi pecho, cambiando su sonrisa por una expresión grave y seria – Increíble – repetía y volvía a sonreír – Increíble – y me abrazaba más fuerte.

- Inventa una excusa para salir –dije- En dos minutos al pie de la escalera.

Si se niega, ya no es mi Jocelyn, pensé. Si pone alguna objeción, sabré que nada queda de lo que fuimos antes. Esperé su respuesta como quien espera su condena capital.

- Antes debemos terminar nuestra canción, apurado - dijo ella, para mi dicha.
- Puede venir tu acompañante
- Va a demorar. Está con diarrea.

Reímos como en los viejos tiempos, y aunque ella no me lo dijo, estoy seguro que sintió igual que yo. Nos observamos y continuamos bailando hasta el final de la canción.

Exactamente, dos minutos después, estábamos parados en la escalera, con esa precisión suiza que tuvimos siempre para sincronizar nuestros encuentros y aventuras.

- ¿Cómo hiciste? - pregunté
- El viejo truco de salir a comprar una toalla.
- ¿Y tú?
- Una llamada telefónica.
- Estás perdiendo creatividad. A ti se te ocurrían mejores cosas.
- Es porque ya no estás conmigo.

Fue sorprendente como esa frase cambió todo el sentido de la conversación. Dejamos nuestras risas y nos miramos a los ojos con gravedad. Era unamanera de aceptar que nos seguimos amando. Y supimos que nuestra separación todavía nos duele a ambos. Salimos a la calle y el aire puro entró a nuestros pulmones. Caminamos buscando un lugar para conversar. Llegamos a una esquina y teníamos al frente otra discoteca llamada Jungla. Sin decir nada cruzamos la pista y nos dirigimos hacia la puerta. Volvíamos a ser los mismos de siempre. Dos vigilantes enormes estaban controlando el ingreso.

- Acabamos de salir –dije, cuando un vigilante, en la puerta de ingreso, me pidió que pague las entradas- fuimos a llamar por teléfono.

- ¿Cuándo han salido? -dijo- yo no los he visto.

- Hace diez minutos.

Los vigilantes se miran confundidos. Están casi seguros que mentimos pero mi determinación los hace dudar.

- ¿Tú los has visto salir? –preguntó, uno de los vigilantes a su compañero.

El otro forzudo nos miró de pies a cabeza.

- No los he visto nunca. Además, si salieron debieron avisar - sentenció

- Pues yo no conozco ese reglamento -repliqué- Además, si digo que he estado adentro es porque tengo cerveza servida en la mesa.

Esta situación nos abría dos únicas posibilidades: o nos dejaban pasar o nos echaban. Era el momento de mi cómplice. A ver Jocelyn, sorpréndeme.

- ¿Qué se han creído ustedes? ¿Quieren que paguemos otra vez? -dice Jocelyn con voz imperativa- Me voy a quejar de esta discoteca porque tiene un personal incapaz de brindar un buen servicio. Adentro, cobran la cerveza por adelantado y la traen dos horas después. En la puerta, los vigilantes te maltratan. ¡Es el colmo! Pero si quieren más plata, yo les doy.

Abrió su cartera, pero antes que pueda sacar algo, uno de los vigilantes se disculpó. Dijo que no se habían percatado de nuestra salida.

- Disculpen, pero hay tramposos que inventan ese cuento, para no pagar.

- Pues tienes que diferenciar a la gente decente -dice ella, finalmente.

Sentí entonces que la amaba más todavía. Era mi chica, no se había olvidado..

Bailamos mucho y hablamos sin parar. Bebimos cerveza y cuando se acabó nos acercamos a una mesa vacía que tenía una jarra de cerveza casi llena y sus ocupantes de seguro estaban todos bailando. Mientras Jocelyn me cuidaba las espaldas, dejé nuestra jarra casi vacía y la cambié por la que estaba llena. Esa adrenalina que nos hacía tan felices, había vuelto. No pensamos nunca que teníamos que regresar a la otra discoteca, donde ambos habíamos dejado a nuestras parejas y a estas alturas ya deberían estar buscándonos. Cuando nos despedimos era muy tarde pero no recuerdo con precisión qué hora sería. Al día siguiente tuve que ir a buscar a Vanesa y pedirle mil disculpas e inventar la más disparatada de las excusas. Ella aceptó, pero pude ver en sus ojos la desconfianza y eso me hizo sentir mal.

- Discúlpame, no fue mi intención. –le dije- lo que ocurrió estaba fuera de mi control.


TRES

Hace cuatro años me divorcié de Vanesa. Y hace dos, me volví a casar con Mariela, quien no es tan inteligente como Vanesa pero es menos celosa y más comprensiva. Mariela no puede tener hijos, de eso me he enterado, después de casarme y estoy triste porque tenía grandes ilusiones por tener más descendencia y en especial un hijo varón. Ahora me he resignado y dedicado a trabajar y velar por mi única heredera: mi hija Abril. Hace poco cumplió doce años y celebramos con una bonita fiesta y conseguí por primera vez que Vanesa y Mariela puedan saludarse civilizadamente. Ahora se llevan mejor. No son amigas, pero al menos se pasan.

Sin embargo, no todo es felicidad, porque ahora vienen a buscar a mi hija unos muchachotes enormes con fachas que me espantan. Esos implantes de colores que se hacen en el pelo y la bendita moda de fumar marihuana desde que la legalizaron y las venden en esos Coffe Shops famosos, no me dejan dormir tranquilo. He resultado demasiado celoso porque imaginar a mi pequeña Abril con esos grandotes me causa terribles angustias. Yo, que siempre he predicado la tolerancia para los cambios, no puedo entender esa enfermiza costumbre de las niñas por tener novios desde muy pequeñas y siempre mayores que ellas. Pasmado escucho a los jóvenes defendiendo esos discursos sobre la libertad sexual. Todo gracias a los malditos legisladores que redujeron casi a nada las sanciones para los violadores, bajo la estúpida premisa que el deseo sexual tanto en un hombre como en una mujer es, en muchos casos irrefrenable y quien la sufre es una víctima y no un victimario, porque ataca en un estado de inconsciencia y no es responsable de sus actos. Esta sustentación fue avalada por un estudio científico muy polémico de un tal doctor Uriarte, quien después tuvo que dejar el país porque todos los días lo amenazaban de muerte un grupo de fanáticos conservadores quienes en nombre de alguna religión, decían tener la obligación de matarlo para extirpar del mundo a las malas hierbas. El pobre tuvo que salir volando con toda su familia, pero no puede quejarse porque ha sido bien recibido por los españoles, quienes lo han entrevistado en varios programas de televisión. Y aquella complicidad entre mi hija y su madre, para decir mentiras y apañar sus desacatos. Creen que no me doy cuenta, pero ya estoy viejo para comerme cuentos chinos. Jamás pensé convertirme en un padre anticuado para entender esta moral tan floja que tienen hoy los jóvenes respecto al sexo y a las drogas. Voy a tener que aceptarlo. Si Jocelyn hubiera estado a mi lado, podría explicármelo mejor. Con ella siempre podía entender las cosas más inverosímiles. Recuerdo aquella noche, en el malecón viendo la oscura figura del mar que sonaba allá abajo, por la pendiente. Corría aire y nos abrazábamos para soportar esos helados chiflones de aire que alborotaban nuestros cabellos y calaban nuestros huesos. Habíamos por primera vez fumado esa marihuana holandesa de plumas anaranjadas que nos regaló mi amigo Zaid, viajero interminable que cada cierto tiempo se aparecía para visitar a los amigos y hacernos siempre sorprendentes obsequios. Éste fue un moño de yerba capaz de hacer reír hasta las estatuas. Entonces entre los sopores del THC vimos, muy cerca de nosotros, en lo alto del cielo, aquel platillo volador. No sabemos hasta ahora, si fue verdad lo que vimos o una alucinación colectiva debido a la marihuana; pero lo cierto fue que los dos vimos la misma figura ovalada que giraba frente a nosotros destellando múltiples ráfagas de luz en dirección nuestra. Nadie nos creyó la historia. Y eso, para nosotros, fue mejor todavía. Nos volvía más cómplices aún. Lo que para el resto era mentira, para nosotros, verdad.

Por otro lado, ya volviendo a estos días aciagos, mi vida se ha convertido, con suerte, en algo menos que afortunada. Trabajo como periodista y profesor, lo que me permite un ingreso de dinero suficiente para vivir tranquilo. Pero tampoco soy feliz. Mi vida se ha convertido en una monotonía tranquila y muchas veces aburrida. En ocasiones cuando estoy solo y escucho algunas viejas canciones me acuerdo de Jocelyn. ¿Qué será de ella? Desde aquél remoto encuentro en aquella discoteca no he vuelto ha saber nada de ella. No he renunciado a volverla a encontrar, pero tampoco voy a buscarla. Es muy distinto encontrarnos sin planearlo y que ello ocurra es algo que deseo con todas mis fuerzas, mas sólo con el requisito indispensable de la casualidad y jamás debe ser un encuentro preparado. Para nosotros, esa forma de volvernos a encontrar, sería una degradación. Lo nuestro no cabría en ese molde, nuestro añorado encuentro debe ser como siempre han sido las cosas felices entre nosotros: un accidente, un encuentro fortuito y extraordinario, al margen de cualquier parámetro convencional. Yo le hice prometer que si algún día hemos de encontrarnos sólo será, de esa manera. Además, no tengo intenciones de burlarme de mi mujer, quien es muy comprensiva, pero mi vida con ella es un aletargamiento para mi espíritu inquieto. Estoy en la aburrida presentación de un libro de poemas de un escritor muy malo. ¿Qué podría ocurrir para salvarme de esta triste rutina en la que se ha convertido mi vida? En ese momento, uno de los mozos se acerca y me entrega un pedazo de papel. Con una caligrafía que yo conocía, estaba escrita una frase: en dos minutos, en el baño de mujeres. Fueron los dos minutos más largos de mi vida. Cuanto la tuve al frente, estaba vestida con una falda negra que llegaba hasta sus rodillas y una blusa blanca que delataba un sujetador de encaje negro.

- Aquí no entra nadie –me dice y comienza a desvestirse- esta noche, loquito, vamos a rendirle tributo al pecado.

Nunca había sentido tanta excitación en mi vida. Nunca la correa y los zapatos se hicieron tan difíciles de quitar. Nunca la corbata, el saco y la camisa tan odiados. Nunca sus bragas negras tan complicadas. Nunca mis manos tan torpes. Nunca la había besado en esos lugares donde la bese aquella noche, en un baño de mujeres, del edificio que alquilaba para organizar conferencias, la empresa donde ella trabajaba. Dejamos nuestras ropas en el suelo y pintamos en la pared de los baños nuestros nombres. Inolvidable aquel fugaz encuentro tan intenso donde pude amarla con todo eso que tenía dormido e hizo erupción en el interior del cuerpo de mi Jocelyn. Y echados en el suelo, donde habíamos improvisado una cama con periódicos, fumando un cigarro conversamos largo y tendido y con mucha dificultad pude contener las lágrimas. Jugamos a crear situaciones donde nosotros pudiésemos pasar grandes momentos.

- ¿Cómo nos imaginas entonces? – me pregunta Jocelyn, sonriendo, coqueta

- En una escena romántica – me animo a decirle, temiendo hacer el ridículo - aunque corre el peligro de convertirse en huachafada

- Por ejemplo… - dice, invitándome a continuar sin perder su pícara sonrisa.

- ¿En una playa, te parece?

- En una playa con poca gente –asiente.

- Sin gente y con un caballo –añado

- ¿Caballo? – ahora me mira sorprendida

- Montando un caballo blanco a orillas de una playa desierta y con palmeras – al fin suelto todo el rollo, esperando nervioso, su reacción.

- Una playa de aguas azules y en la arena marcadas las huellas del caballo –me corrige, sonriendo, ahora con ternura.

- Y cielo anaranjado por el sol que se oculta en el horizonte –añadí

- Más ridículos no podemos ser –me dice, otra vez sonriendo

- Es inevitable –le explico– Por ser como somos, estamos condenados a la cursilería.

- Pero cuando lo hacemos nosotros deja de ser estúpido –Jocelyn me corrige- ¿Sabes por qué? –pregunta y ella misma se responde- Porque nosotros somos diferentes.

- Bueno entonces el paisaje ya está imaginado – le digo, seguro que sólo ella puede entenderme- Cierra los ojos y observa la magnifica playa, las palmeras, el caballo…

- Sí, ya lo veo –responde también con los ojos cerrados y luego, volviendo a sonreír con esa carita pícara, añade– pero el caballo no es blanco, es crema.

- Blanco, crema o morado eso no importa, caramba.

Y luego de hacer el amor varias veces sobre los periódicos, recordamos cómo nos conocimos. Fue en un concierto de Rock. Nos presentó un amigo común y desde el primer instante nuestras miradas se descubrieron así mismas y no sólo eso, puedo jurar que hasta la pude oler. Sentí todo ese intenso aroma de hembra voluptuosa que ella despedía. Desde el primer momento nuestros labios se juntaron. Nuestro primer saludo no fue un elegante y discreto beso en la mejilla, sino un atrevido y excitante medio beso en la boca. Como si lo hubiésemos ensayado muchas veces, nos perfilamos de tal manera, que el beso fue invisible para los demás. Así, de primer golpe nació nuestra complicidad. Esa misma noche, sin embargo debía ocurrir algo que nos llegó a unir todavía más. Una interesante conversación y algunas copas de pisco sour hicieron que nos desinhibiéramos, la química hizo el resto. El momento central de aquella noche fue cuando en algún momento me separé de Jocelyn y cuando la volví a ver estaba conversando con un sujeto de terno azul. Tenía una copa de vino en la mano y parecía borracho. Por la cara que ella tenía supe que quería sacárselo de encima. No lo dudé un solo instante. Me acerqué y cogiéndolo del brazo, lo encaré.

- Ella no quiere tu compañía

- ¿Y tú quién eres?

Lo pensé un poco, la miré a los ojos y supe que debía hacerlo.

- Yo soy su marido –dije- ¿Algún problema?

La cara de suprema estupidez que inundó a ese pobre tipo, fue motivo de risas en el interior del baño de mujeres.

Luego de recordar ello, nos vestimos y nos fuimos, cerrando la puerta del baño por fuera.


CUATRO

La canción comenzó a sonar y fue para mí una tremenda sorpresa remembrar aquellos recuerdos que creí sedimentados en el fondo de mi memoria. Después de tantos años oír nuevamente esa canción fue bastante emotivo. Mariela falleció hace dos años ya, y mi hija Abril, tiene suficientes problemas con sus hijos como madre soltera. Sería injusto de mi parte sumarme a sus preocupaciones y con mi pensión de cesantía me puedo pagar el internamiento en esta casa de ancianos. No es poco lo que recibo por mis dos trabajos como profesor y periodista. Puedo darme el moderado lujo de comprar muchos discos y libros para sobrellevar mi soledad. He cumplido ochenta años y necesito una silla de ruedas para movilizarme debido a la artrosis que comenzó a destrozarme hace seis meses. Tengo sin embargo, una habitación confortable, una cama mullida y uno de esos televisores que se cuelgan en la pared porque son delgados como un cuadro. Como la mía, son muchas las cabezas blancas que pueblan estos corredores. He conocido algunos personajes simpáticos como don Melchor Barbieri quien dice que con sus noventaitantos años es capaz de cumplirle, a cualquier jovencita ardiente. Su éxito con las mujeres ha sido, se jacta ese vejestorio, el descomunal tamaño de su miembro. Hubo un tiempo, me cuenta, en el que hacían cola, no solo mujeres, sino también algunos hombres raros para ver aquel medio kilo de carne con el que Dios lo había premiado. También he conocido a doña Rosa Palacios, mujer de modales exquisitos, quien suele invitarnos deliciosos bizcochillos y chocolates importados que alguien le envía los fines de mes. Lo peculiar en doña Rosa es que sufre algún tipo de alteración que le hace perder la razón por momentos y cada cierto tiempo olvida toda su elegancia y abolengo para aparecer desnuda a la hora de la cena en medio del comedor para recitar a voz en cuello poemas de Pablo Neruda. La doña da mucho trabajo a las enfermeras, quienes deben tranquilizarla con un sedante. Afortunadamente, ella no recuerda lo que hizo cuando despierta al día siguiente, y a todos nos libra de la pena de saber que ella sabe que nosotros sabemos lo que hizo. Tampoco he podido conocer a todas las personas de este lugar porque es muy grande, pero he decidido iniciar un periplo con mi silla de ruedas no sólo por el área sur, donde esta mi habitación, sino también por el área norte. Otra de las cosas extrañas aquí, es que nadie habla de los onomásticos, quizá porque saberse un año más viejo no le hace gracia a quien ya juega los minutos finales. Y pensando esto vuelvo a recordar a Jocelyn, a quien no veo hace tantos años ¿Estará viva? ¿Habrá muerto? Recuerdo cuando jóvenes y nos amábamos, siempre decíamos medio en broma, medio en serio, que cuando seamos ancianos no le tendríamos miedo a la muerte porque después de amarnos como nos amamos nada ya podía intimidarnos. A excepción mía, todos por aquí se deprimen por saberse viejos, entonces nadie sabe que hoy cumplo ochenta años. Sentado en mi silla de ruedas escucho el barullo de las conversaciones de mis compañeros, veo aquellas manos y rostros arrugados, cuerpos lentos y frágiles que han sucumbido al paso de los años, víctimas de la ingratitud de una sociedad que solo valora al ser humano en razón de su utilidad para el sistema. Vales si puedes trabajar y producir, sino, al olvido. Esta sociedad moderna olvida a sus viejos, tantos conocimientos y tecnología y no pueden solucionar un problema elemental como es la ingratitud. Reflexiones como esas me causan mucha tristeza. Escucho, de pronto, que alguien canta feliz cumpleaños a mis espaldas. Giro con mi silla de ruedas y veo a una anciana que camina con dificultad sosteniendo una torta con velas que forman el número ochenta. No la conocía, al parecer era del área norte. Viste una bata rosada y quedo fulminado cuando me dice feliz cumpleaños, loquito. No traía mis anteojos y no distinguía con claridad pero el oído si me funciona muy bien. Era Jocelyn, mi Jocelyn. Vano sería contarles todo lo que nos dijimos esa noche. Sólo que nos abrazamos muy fuerte y lloramos como niños.

- Usted no deja de sorprenderme nunca –le decía
- Lo mismo pienso de usted –respondía

Me contó entonces que nunca se animó a buscarme o llamarme porque yo le hice prometer que sólo debíamos encontrarnos por accidente y nunca buscarnos adrede y porque no quería arriesgarse a buscarme y descubrir que ya estaba muerto. Ella tenía dos años ya viviendo ahí y es amiga de todo el mundo en el área norte, pero como caminar le cuesta mucho no es fácil llegar hasta nuestro pabellón. Pero igual se enteró de mi llegada y decidió esperar a mi cumpleaños para darme esta pequeña sorpresa. Luego de comer torta conspiramos contra el reglamento y con ayuda de sus amigas y de mis amigos pudimos burlar el control y pasar la noche juntos en mi habitación. Con mucho cuidado nos bañamos en la tina y luego bebimos una copa de vino. Luego cuando nos acostamos y apagamos las luces… para qué les cuento. Harta calidad para mis años caramba, de eso sí puedo jactarme. Ni el mismo Don Melchor me lo creería. La Jocelyn puede dar fe de ello. Ojos blancos y espalda arañada. A mis años, es un récord, tres viajes y dos aterrizajes exitosos.


CINCO

Mi nieto Enrique con desgano, me acompaña. No lo necesito para empujar mi silla de ruedas, porque es automática y hace de todo. Le he pedido que me acompañe porque es peligroso que un anciano deambule sin protección por las calles y con la delincuencia de estos tiempos modernos no sólo son capaces de robarme la silla, sino hasta me pueden matar. Antes he prometido una propina, que por supuesto no le daré porque es un mocoso sinvergüenza. Me ha traído en malas condiciones y con evidentes muestras de incomodidad. Tampoco voy a operarme de la próstata como me ha ordenado el doctor, mayores son las penurias y sufrimientos que positivos los resultados de tantas vejaciones para con mi orgullo. Me han metido sondas por todos los orificios de mi cuerpo y de eso se ha burlado el condenado Melchor, (quien resultó ser uno de los más duraderos de la promoción) diciendo que a la vejes he perdido mi dignidad. El camino es largo, rodeado de pequeños árboles y césped por sus cuatro costados. Entre la grama se levantan los pequeños mausoleos donde están inscritos los nombres y fechas, a veces un epígrafe de alguna cita bíblica. En una de ellas nos detenemos, aún estaba fresco el cemento y las letras doradas de su nombre resaltaban en aquel fondo plomo. Siento que lágrimas corren por mis mejillas, mientras el holgazán de mi nieto coloca las rosas en el florero dispuesto a lo largo de la parte inferior de la tumba. Le pido que me acerque lo mas que pueda y le arrojo sobre su tumba una pequeña tarjeta que dice: Espérame, no tardo.


SEIS

Estoy a punto de quedarme dormido por la anestesia. Me han colocado una máscara sobre el rostro y la imagen de los doctores se hace difusa. Es la tercera operación que me van a realizar en menos de dos meses, pero yo sé que será la última. Falta poco tiempo y me dedico a únicamente a recordar, todo lo vivido.

Esos recuerdos dolorosos me mantuvieron vivo. Mi espíritu inquieto se sintió muchas veces como un león enjaulado, pero gracias a mis recuerdos de las cosas increíbles que me pasaron con Jocelyn, pude calmar esas angustias. Es curioso haber tenido como calmantes para mis depresiones a recuerdos en lugar de pastillas. Entonces, no resultó del todo descabellado mi recurso. Lloré a veces, en la oscuridad de mi estudio mientras le escribía poemas que nunca le entregué, mientras insolentes lágrimas manchaban la tinta en los papeles, deformando las letras, haciendo las palabras borrosas y en algunos casos ilegibles. Así pues, completaba mi catarsis, evocando aquellas imágenes cuando siento que mi vida mediocre me abruma. Reviviendo lo que fuimos me tranquilicé un poco, mas no del todo.

Entonces cuando los ojos se me cerraban imaginé con insondable tristeza aquellos gemelos que nunca tendremos. Te imaginé con tu panza enorme, mostrando orgullosa tu barriga que se hincha de amor, del más puro amor de dos almas desnudas que se encontraron con el Estimated Time of Arrival equivocado, porque aterrizamos en la más pura de las mierdas que es esta sociedad hipócrita. Porque no sólo te pensé con dos, sino te haría cuatro, te haría ocho, te haría veinte hijos de puro amor, e imaginé tu rostro cortado por la tenue sombra del crepúsculo de un verano a las 6:45 de la tarde, con el cielo anaranjado que se apaga por el oeste resaltando tu silueta oscura, delineando tu perfil, contrastado con el naranja turbio que se extingue al ocaso; y tú, cargando llena de dicha y felicidad a nuestros gemelos (tan bonitos, tan bellos) y yo, sentado observando sus sonrisas, muero extasiado de felicidad.