lunes, enero 30, 2006

El teatro y el arte: una trinchera contra el sistema

Me he inscrito en un taller de actuación dirigido por Leonardo Torres Vilar, quizá el actor más preparado y uno de los más apasionados con su oficio, en todo el Perú.

Luego de un mes de taller, creo que puedo hacer algunos comentarios sobre ello.

Lo primero que me sorprendió es que la actuación es más compleja de lo que pensaba. Que sus principios se sostienen en tesis muy profundas y que hay grandes pensadores del tema como Stanislavski, Strasberg, y sobre todo Meisner. Es este último quien sostiene las tesis que nuestro taller persigue.

El principio de la actuación realista sustentado por Meisner consiste en que una actuación será mejor cuando menos parezca una actuación. Y se sustenta en una frase que parece una paradoja: El actor no debe actuar. Como repito, parece una paradoja, pero no lo es. Por el contrario, es la mejor manera de explicar que es vital el compromiso del intérprete con el personaje que encarna. El actor debe creer, en la medida de lo posible, que lo que le ocurre a su personaje, le ocurre a él. Podríamos decir entonces que el actor debe vivir una situación real en circunstancias imaginarias. Para ello debe convencerse de que lo que le está ocurriendo sobre un escenario, es cierto. Olvidarse de si mismo y perderse en el otro. Debe perder la conciencia de que está frente a un público que lo está observando.

Dicho de otro modo, cuando el actor logra engañarse a si mismo, podrá engañar a los demás y lograr una gran actuación

Cuando el actor ya no es consciente de si mismo y su atención está puesta en la situación imaginaria, el intérprete deja de verse y olvida que está actuando. Es en ese maravilloso momento, cuando se alcanza una actuación tan contundente y convincente que lo que ocurre sobre el escenario no parecerá una mentira, sino la verdad misma. De esta manera, el público podrá creer que eso que le ocurre al actor es cierto, que no es mentira.

Una interpretación está tan bien lograda cuando no parece fingido, ni actuado; por el contrario, parece la realidad misma. Y las cosas que sostienen una gran actuación no es repetir el texto sin errores, sino vivir la circunstancia misma. Cuando eso ocurre, el espectador puede percibir, oler, y hasta tocar la angustia, la alegría o el miedo que más que salir de los labios del actor (el texto), destila de sus mismos poros.

La única manera de alcanzar ese estado, es abstraerse en el otro actor enteramente. Cuando toda la atención está puesta en el antagonista, no hay tiempo ni capacidad para verse a uno mismo. Todo su universo es la otra persona. Una vez que eso ocurre, el actor se dejará influir por el otro, su estado de ánimo lo contagiará, lo afectará, y se establecerá una simbiosis extraordinaria entre los actores.

Cuando se alcanza esa feliz confluencia, el arte surge y crepita como una llama votiva en nombre del mismo arte y vindica al hombre en su dimensión más asombrosa: la trascendencia, el espíritu y la mística.

Cualquier manifestación artística es una liberación del espíritu, un escape, una fuga al sistema opresor que aplasta al ser humano y lo mide únicamente por su eficiencia para el sistema productivo que exige de él todas sus fuerzas, sin tregua alguna. Se ha llegado al extremo de valorar al ser humano por su adaptación y sumisión al sistema, donde el hombre se pone al servicio del sistema, y no el sistema al servicio del hombre. Sistema que fue creado por el hombre y que ha terminado devorándolo a si mismo.