viernes, setiembre 24, 2004

todos los que son

Ayer asistí a un homenaje que le dedicaron al escritor arequipeño Oswaldo Reynoso, en un club en Miraflores. Mi amigo Javier Arévalo, un verdadero hombre orquesta, se encargó desde la producción (cargar sillas) pasando por RR.PP (dejar notas de prensa en diarios) la hasta de la presentación y disertación (hablar de la vida y obra del escritor homenajeado)

También estuvieron varios amigos del escritor, básicamnte mujeres y hombres canos, quienes lucían orgullosos los finos enchapes de sus bastones.

Y como en toda conferencia de este tipo, no faltaban los típicos alumnos tímidos que escriben poesía en su cuadernito bajo siete llaves, las señoras guapas que van para lucir sus potentes perfumes y porsupuesto los infaltables paracaidistas, que detectan la presencia de vino y comida gratis con la misma agudeza de una hormiga.

Luego del homenaje, un grupo más reducido nos fuimos a un bar de la avenida Javier Prado, donde descubrí una cara conocida cuyo nombre no podía recordar. Era un hombre mayor de unos 60 años, con poco pelo. Él también me miraba y cuando se topaba con mi mirada, él se hacía el disimulado. Luego yo lo veía y cuando me topaba con su mirada, me hacía yo el disimulado.

Finalmente como si venciera sus temores el señor me preguntó si yo era escritor o poeta (pregunta obvia porque todos en esa reunión lo eran). Le dije que escribía pero que no sabía si eso es suficiente para ser escritor. la cerveza llegó y la platica se extendió un poco más. Le conté de mis últimos trabajos y con algún comentario gracios lo hice reír. A pesar de eso, aún seguía sin conocer la identidad de este señor.

Luego, una amiga poeta de ojos jalados me dijo que ese señor era el ex ministro de educación, Gerardo Ayzanoa, el mismo que batalló con la más dura huelga del sútep de los últimos años. Eso fue el años 2003 y fue duramente maltratado por la prensa y los dirigentes sindicales. Luego ya se había ido y me quedé con ganas de preguntarle algunas cosas.

Pero hubieron otras cosas que llamaron mi atención como la pequeña escritora de ojos verdes, piernas cortas y turgentes senos que se jactaba de haberle metido una patada en la cara a un borracho conocido. Fumaba como china y arrojaba el humo en forma de argollas. También estaba la abogada que escribía cuentos y detestaba a Paulo Cohelo, pero sonreía bonito. Estaba el publicista de poco pelo pero de mucho éxito, el novelista con su chica adolescente y el desubicado que preguntaba a cada rato ¿ Y quién es él? ¿Y quién es ella?

Estaban los que tenían que estar. Porque nunca están todos los que son , ni son todos los que están.