miércoles, abril 28, 2004

La vida exagerada del 10

Como todo tema que despierta interés, el caso Maradona entró a las fauces de la prensa amarilla. La hiperbólica y exagerada manera de tratar la información se resume en dos noticias que titulan así: "Fanático quiere donar su corazón al 10" y otra "Diego no es como Dios, él es Dios". Si algo se puede decir de Maradona es que los excesos han marcado su vida. Desde su excesivo talento, hasta sus excesivas estupideces. Esa vida exagerada lo ha traído de emergencia a una clínica con más de cien kilos de peso y con el corazón corcoveando.


La verdad es que la vida privada de Maradona ha sido desastrosa. Y su conducta como ciudadano está lejos siquiera, de ser normal. Irresponsable en muchos aspectos, pero principalmente consigo mismo. Pesaba más de cien kilos sabiendo que su corazón tenía problemas. Es de los sujetos que creen haberlo ganado todo y no permite que alguien le diga qué hacer. Y es probable que haya seguido jalándose algunas líneas. Sabiendo que esos tiros lo estaban liquidando

Los argentinos han incluido a su ritmo de vida unos minutos para dedicarlo al Diez. Ya sea para ir a hacer acto de presencia en la puerta de la clínica o para colocarlo como tema de conversación en los cafés y las oficinas o para darle una rezadita en la iglesia. ¿Tanto interés por un tipo cuyo única virtud fue patear bien a la pelota?

Sí.

Un fan escribió en la pared de la clínica lo siguiente: "Diego no te podés morir, porque vos sos Argentina" Parece a simple vista un arrebatado comentario eufórico, pero tal vez no lo sea tanto. Y es que este futbolista le ganó a los ingleses, la guerra que los militares no pudieron. Es decir, vengó (él solito) la derrota de la Guerra de las Malvinas. Lavó el orgullo argentino de su mayor afrenta. Esta vez el campo de batalla fue el mundial de fútbol de México en 1986 (el fútbol es la máxima expresión de masas de los rioplatenses) Maradona eliminó a los ingleses (los inventores del fútbol) con dos goles históricos que quedaron grabados en los anales de este deporte. Un gol lo hizo con la mano. Para hacer más humillante la derrota sajona recurrió a la trampa, a la viveza ( soy más pendejo que tú, inglés robatierras) Y el otro gol fue el más hermoso en la historia del fútbol. Se llevó la pelota solito desde su campo hasta el arco inglés, dejando regados en el camino a cuanto rival se le puso enfrente. Con ese triunfo y con esos goles, Argentina recuperó su orgullo como país.

Para los Italianos el fenómeno es parecido. Especialmente para los napolitanos. Ahí es tan idolatrado como en Argentina. Con él, el equipo pobre del Napoli consiguió los dos únicos scudettos de su historia y una copa europea. Antes de él, este equipo de camiseta celeste, luchaba las últimas posiciones y miraba con envidia los triunfos de los ricos clubes del norte de Italia. Con Maradona, el equipo pobre del sur comenzó a tumbar a los equipos más poderosos, ante el júbilo y euforía de los napolitanos que vivían la bonanza de los éxitos. Cuando se fue del Napoli, las cosas volvieron a ser las mismas. Hoy, el Napoli está en la segunda división.

Y para los que lo vimos jugar, era simplemente el Diez, el ídolo. Todos salíamos a jugar a la pelota y todos queríamos ser Maradona. Los niños lo gritabámos sin verguenza alguna. Y los adultos secretamente, en lo íntimo de su conciencia, también querían ser Maradona. Era el mejor ejemplo del pequeño que vence al gigante. Del artista que vence al burócrata. El bueno que vence al malo. El mago que sacaba conejos de sus botines, el genio que deslumbraba con sus pases imposibles. Todo esto dentro de una cancha. Fuera de ella, las cosas funcionaban al revés.

Por eso, el Diez, a pesar de sus monumentales errores, tiene un plus de tolerancia por sus monumentales hazañas. El Diez despierta sentimientos intensos de adhesión o repudio. Quienes lo conocen, o lo aman o lo detestan. Sus aliados son incondicionales y sus enemigos implacables. Es el problema de ser el Diez. Ya no es un ser normal. De eso se daría cuenta él mismo cuando decubrió que su casa siempre estaba rodeada por cientos de fanáticos que se agolpaban sobre su puerta para tocarlo, para verlo, para los autógrafos y las fotos. Eso, no era un día, era todos los días.

Ese hermoso sueño hecho realidad de ser reconocido y famoso, se convirtió también en su peor pesadilla.

Por suerte, ahora le han quitado el respirador artificial y ya está comiendo papillas y duraznos en almíbar. Esperemos que este jalón de orejas le haya enseñado la lección. Muchos esperan que en adelante, por la nariz del Diez, lo único que circule sea oxígeno.