martes, diciembre 14, 2004

Mario Vargas Llosa: La vocación y el orgullo


(Yo también quería decir algo sobre el sartrecillo valiente)

Cuando tenía 9 años, su madre lo sacó de la habitual misa piurana del domingo y lo llevó hasta la calle. Le señaló a un hombre que estaba al frente suyo y le dijo: “ése señor es tu papá”.

“Pero si mi papá está en el cielo”, debe haber sido la primera pregunta que se hizo el pequeño Mario. Además en la foto que tenía en su mesa de noche, su papá era un hombre de mucho cabello y no era calvo, como este señor que lo estrechaba en un frío abrazo. Su madre, Dora Llosa, se había amistado con Pedro Vargas y decidieron contarle al muchacho que su papá no estaba en el cielo.

Enfrentando la oposición de la familia Llosa a semejante reconciliación, su madre se decidió ir a vivir con el hombre que la había abandonado cuando estaba gestando. A partir de ese momento, el pequeño Mario vio su libertad amenazada. Mientras su padre lo golpeaba diciendo que era un niño mimado por la familia de su madre, le prohibía que siga escribiendo porque todos los literatos eran o maricas o muertos de hambre.

Entonces, esa fue su primera rebelión. Nada, ni nadie, le impediría volverse escritor. Una vocación robustecida por la férrea oposición de su padre. “Me gustaba más la literatura porque eso a él lo molestaba mucho” ha dicho alguna vez, el Mario ya viejo de estos días. Nadie imaginaba que en medio de esa violencia familiar se estaba gestando la voluntad de hierro de uno de los más grandes escritores del siglo en lengua castellana.

Repercute de una y mil formas negativas, haberse educado bajo el yugo de un padre dominante. Una personalidad avasallante de un padre castra irremediablemente la personalidad del hijo. Esa es la reacción convencional. Pero existen excepciones. Mario Vargas Llosa es una de ellas.
Incentivaron, alimentaron y robustecieron su vocación por la escritura, todas y cada una de las actitudes prepotentes de su padre. Inclusive aquella sentencia capital que le prohibió continuar con sus aficiones literarias. Lejos de disuadirlo, la represión forjó en aquel adolescente la voluntad más férrea para ponerla al servicio de la literatura