miércoles, mayo 18, 2005

P

Debo confesar un incumplimiento, P.

Anoche cuando nos despedimos, acordamos que llegando a casa yo dormiría inmediatamente porque hoy debía levantarme temprano.

Pero no pude dormir inmediatamente.

No pude dormir porque estaba eufórico y más despierto que nunca, estaba posesionado por una vitalidad que me rebalsaba. En vano di vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño. Traté de todo: conté ovejas e hice un inventario de las cosas que tenía que hacer durante la semana. Luego traté de memorizar la ubicación de cada elemento de mi habitación: la cama con las sábanas revueltas (así duermo yo siempre: revuelto), la radio que suena bajito, las paredes, la esquinas. Finalmente leí un capítulo del primer tomo del atlas universal salvat que estaba sobre el velador. Recuerdo que leí sobre las estrellas del universo. Cómo se forman, cuánto duran, por qué brillan tanto.

Pensé entonces que en alguna galaxia hay una estrella que titila por nosotros. Una estrella grande que nos ilumina (y que se manifiesta a veces de manera muy puntual, como aquella vez que hacíamos el amor y descubrí que un resplandor nos iluminaba). También imaginé un cometa cuya estela dibujaba sobre el firmamento una letra P, linda y preciosa, enlazada a una D, fuerte y llena de vida. Y se quedan así, enlazadas ambas letras en el espacio sideral por millones de años.

Pero tampoco pude conciliar el sueño de esa manera.

Entonces me dediqué a imaginar algo más terrenal y no tan galáctico: imaginé el discurso que ofrecía a nuestros invitados el día de nuestra boda. Lo imaginé clarito, P. (debo reconocer que ese pensamiento me fulminó: sentí una descarga eléctrica sobre mi espalda). Era mi discurso donde hablaba de ti y de mi. De nosotros.

A esas alturas ya la locura me había posesionado y seguí imaginando más cosas. Imaginé la recepción que dábamos a los invitados el día de nuestra boda. Te vi preciosa, luciendo tu vestido (que ya es no el vestido de la ceremonia -ése te lo cambiabas con otro más apretado para estar más cómoda en la fiesta). Nos toman fotos. Somos las estrellas de la noche. Alguien rompe una copa. Nos reímos ya de todo.

Saludamos muy formales a nuestros amigos de mea en mesa hasta que en algún momento de la noche, con la excusa de traer un poco de vino, te diriges a la cocina. Ingresas y descubres que está completamente vacía. Puedes escuchar el bullicio de los invitados afuera, pero se escucha lejano, distante. Dentro de la cocina se respira tranquilidad. Mientras llenas una copa de vino, sientes que alguien te abraza por detrás.

Soy YO.

Mi aliento quema sobre tu nuca y mis brazos apresan tu cintura. Inclinas tu cuello ligeramente para que mis labios puedan besarte mejor. Cierras los ojos y me deslizo por tu cuello que huele a nísperos. De pronto sientes que la seda de tu vestido se desliza hacia arriba y quedan en libertad tus muslos almendrados y tus nalgas invencibles . Te paralizas cuando sientes atrás de ti un animalito que se agita, caliente y húmedo; una víbora inquieta y persistente que puja y que se abre paso entre tus carnes.

Lo sientes más vivo que nunca y experimentas en tu centro de gravedad el fuego más intenso que hayas conocido.

Entonces tu carita sufre ese cambio de expresión. Los músculos de tu rostro pierden el control, tus expresiones se vuelven indómitas. El rostro de la cordura es reemplazado por el rostro de la locura. Esa expresión que yo conozco ahora muy bien.

Tu cuerpo se deshace como un castillo de arena y cae con el peso de una pluma.

Estrujo tu cabello con violencia y echo a perder tu peinado en nombre del amor. Y lo hacemos como nunca. Me sientes incansable detrás tuyo, entrando en ti una y otra vez hasta que me pides que no salga nunca jamás.

Acabamos exhaustos, sonriendo de felicidad y sorpresa por sentir tan intensamente. Mientras acomodamos nuestras ropas, advertimos que afuera sigue el bullicio y nadie se ha dado cuenta de nada. Eso nos hace más cómplices todavía y sentimos que somos muy afortunados por habernos encontrado.

Pero entonces volví a la realidad. Regresé a la soledad de mi habitación. A mi cama desordenada, a la radio que sonaba bajito y al primer tomo de la enciclopedia salvat.

Había perdido la noción del tiempo.Vi por la ventana que el cielo estaba azulino.
Amanecía.